Hace unos artículos atrás creo que ya lo dije. Sí, fue justo cuando se estrenaba la última edición de Masterchef Junior, ese talent show gastronómico donde, paradójicamente, lo de menos es la gastronomía. Pues como ya decía en ese momento, en casa somos muy de ver todo programa de temática gastronómica que se precie; que no nos perdemos ni uno, vaya.
Y como decía, si en Masterchef Junior, la cocina era lo de menos, la novena edición que acaba de estrenarse en su versión adulta, sigue siendo tres cuartos de lo mismo. Pero eso, en su versión adulta. Llevan solo dos programas emitidos, pero la esencia se mantiene tan viva como en sus anteriores ocho ediciones. Esto es: una despensa que ya la quisiera para mí (si tuviera una casa 100 veces más grande de la que tengo, obvio) repleta hasta los topes de todo tipo de ingredientes. Sin escatimar, todo lo que te puedas imaginar, está allí, en el supermercado de Masterchef, perfectamente colocado, lustroso, al nivel, supongo, del patrocinador correspondiente.
Despensa a rebosar, los jueces de siempre y pruebas en las que 15 aspirantes deben demostrar su imaginación, su destreza y su mínimo buen hacer culinario. Recordemos que fueron los elegidos en un casting al que se presentaron más de 70.000 aspirantes, el doble que el año anterior. Pues bien, entendemos que estas 15 personas son las que este año representan -o al menos deberían representar- el nivel gastronómico "amateur" de nuestro país.
Y digo "deberían" porque, un año más, el elenco de Masterchef es para dar de comer aparte. Una prueba más de que, como decía al principio, la cocina sigue siendo lo de menos en este talent de cocina. No sé si has visto esta o cualquiera de las anteriores ediciones, pero creo que hablo en nombre de todos cuando digo que su nivel culinario no nos representa.
Y ojo, porque hasta yo misma me sorprendí cuando, viendo el programa, le dije a mi pareja: "oye, pues el nivel de este año no es tan malo como el del año pasado". Su respuesta, obviamente, me vino en forma de mirada fulminante. "Dale una vuelta a lo que acabas de decir", pensé. Pero claro, resulta que este año, una de las concursantes sabe hacer guisos. Es más, sabe hacer guisos sabrosos -según los jueces- de esos que demuestran que domina la base de la cocina tradicional. Ella guisa. La concursante del guiso. La que, por ello, genera envidias y odios en el resto de concursantes. La que recibe el halago y los aplausos de los jueces, sorprendidos hasta ellos de que entre los aspirantes haya alguien que sepa cómo hacer un guiso. Alguien menor de 60 años, este dato es importante.
Y entonces yo me pregunto: ¿qué clase de casting se ha hecho para entrar en un programa donde sorprende y se premia que solo una de las aspirantes sepa hacer un guiso?, ¿qué han visto en el resto entonces, aparte de historias dramáticas y perfiles que venden en cualquier talent show?, ¿solo eso, quizás, y algo de buenas intenciones?, ¿qué hay de las más de 70.000 personas que se presentaron al casting?, ¿su nivel era aún más bajo?
Cada año, Masterchef nos recuerda que la televisión es televisión, y no importa que la gastronomía sea el tema principal. Da igual si un aspirante no es capaz de cocer una patata sin que se quede dura. Si no nos representa, da igual. Eso es algo que solo tú o yo nos vamos a plantear.
No nos subestimemos, estoy segura de que la gastronomía que nos define es mucho más que lo que se dice de ella en este tipo de concursos. Que no es posible que en un programa de gastronomía emitido por la televisión pública se aplauda a una única concursante por saber cómo se hace un guiso.
¿Y yo? No, la verdad es que yo no sé hacer un guiso. Mi novio tampoco. Podéis condenarnos por ello. ¿Qué clase de hogar estamos construyendo? Pero bueno, al menos ni él ni yo nos presentamos a Masterchef, ni siquiera al Junior. Preferimos verlo desde casa e indignarnos cuales chefs profesionales mientras cenamos un humilde bocadillo de tortilla con queso y unos frutitos secos. A nuestro nivel, ni tan mal.