Paseábamos por la calle Serrano en días pasados. Ya saben, la milla de oro de la locomotora madrileña. Y una cosa espantosa, horrenda, ofensiva y terrorista del gusto nos hizo parar y, a Juan Carlos, fotografiar. Ni aun pudiendo ilustrar esta columna con una imagen, les compartiría tan estrambótico atentado contra el buen gusto. Pero ahí estaba, ‘luciendo’ por sí misma, y ostentando su precio de escándalo. No obstante, aún con el shock sufrido, fuimos conscientes de que, gustara o no la estética del conjunto, el corte, la laboriosidad de las costuras, el curtido de la piel, y demás trabajos de artesanía, añadiendo el valor de la marca, constituían las razones por las cuales el precio era el que era. Y eso, señores, no lo olviden, ocurre en DiverXO. Como en Louis Vuitton, Gucci o Chanel, en DiverXO confluyen dos circunstancias: un trabajo de artesanía detrás y una oferta cuya calidad y diseño supera con creces lo necesario para satisfacer una primera necesidad.
Por definición, el lujo se caracteriza por su alto precio, calidad y exclusividad. ¿Acaso no es un lujo comer o cenar en un restaurante que por servicio solo puede atender a 32 personas de 7 mil millones que somos en el planeta? La pregunta se responde sola.
En un país donde el salario medio anual se sitúa en 24.395,98 euros, según datos del INE, comer en DiverXO es un lujo. Y comer en enero, cuando se produzca la subida del menú de 250 a 365 euros, lo seguirá siendo. A los que pueden pagar 365 euros, la subida les debe importar poco o nada. A los que no pueden, exactamente lo mismo.
En 1992, la campaña electoral de Clinton hizo eslogan oficioso de la frase que titula este artículo. Utilizada hasta la saciedad en otras situaciones, tanto en EE.UU. como en otros países, va que ni pintada para tuiteros furiosos que claman contra Dabiz Muñoz y su legítima decisión de subir los precios de la oferta gastronómica de DiverXO.
No sé gran cosa de economía, pero sí sé una ley básica, la de la oferta y la demanda. Y a DiverXO le sobra demanda para que Dabiz Muñoz tome la decisión que le dé la gana. Un restaurante es una empresa y como empresa que no ofrece productos de primera necesidad (pero a la que sí le afecta la subida de los productos y servicios de primera necesidad) tiene total libertad para fijar sus precios.
Dabiz Muñoz ha allanado el camino a todos aquellos que andaban pensando lo mismo. Y al igual que algún asesor político pintó la famosa frase en un cartel de la oficina electoral de Clinton en Little Rock, el madrileño la exclama figuradamente con su declaración de intenciones. La economía, ¡estúpido!