La semana pasada les prometí que reflexionaría y lo he hecho, pero no sobre lo que les dije que lo haría. Los vericuetos de mi mente son insondables incluso, a veces, para mí. Así que he cumplido con mi palabra a medias, pero no me lo tengan en cuenta, porque lo que se dice reflexionar, pues he reflexionado.
Y después de, quizás, la introducción más absurda que se haya escrito jamás para un artículo, vamos al lío. Resulta y acontece que no me he detenido a pensar sobre si una crema de chocolate que en lugar de azúcar lleva pasta de dátiles se puede considerar o no un ultraprocesado, y por tanto más o menos sana. Pero ustedes saben que me preocupa lo que comemos, y sobre esto he querido pararme hoy, una vez más. [Un momento que la olla a presión empieza a sacar vapor y voy a encender el extractor de la cocina. Ya vengo]
Siento la interrupción. Porque a ver. ¿Qué es lo que define a un alimento? ¿Todo aquello que nos podemos comer y no nos mata o no nos hace enfermar? ¿Solo los ingredientes sin procesar de ninguna manera? ¿Una verdura, la que sea, sería un alimento y una pizza, por decir algo, no? ¿Solo aquello que además de saciar el hambre nos nutre puede tener esta categoría? ¿O solo son alimentos aquellos comestibles que además de calmar nuestra hambre sideral, nos nutren y lo hacen de manera saludable?
Sin venir a cuento, una vez un cocinero muuuuuy famoso, me preguntó qué era lo que creía yo que era un turrón. Debo reconocer que esa no me la esperaba, así que balbuceé una respuesta como pude, y le hablé de almendras, miel, árabes y reglamentos de no se qué IGP.
El cocinero muuuuuy famoso me miró y como diciendo déjate de cuentos chaval, me respondió que un turrón era solo una forma. Lo justificó diciendo que se hacían turrones de mil cosas distintas -incluso de patatas fritas- y que lo único que todos tenían en común era -jódete Manuel y baila- la forma. ¡Chupito!
En aquel momento me quedé atónito, y la verdad es que no sabía si me estaba vacilando o lo estaba diciendo en serio. Ahora sé que lo decía muuuuuy en serio. A todos aquellos que crean que es una reflexión genial y que tenía razón, permítanme que les diga que si en aquel momento me quedé sin réplica, ahora estoy convencido de que la suya era y es una idea perversa y de lesa humanidad.
Porque si lo que define a un alimento es solo su forma, entonces una pizza para ser considerada como tal solo necesita ser redonda o más o menos redonda. Y un gazpacho, puesto que es un líquido, solo hace falta que se adapte al recipiente que lo contiene, y un guacamole… pues no sé. Pero seguro que me entienden.
Y comprendo que este tipo de jueguecitos están bien dentro de la liga de la alta cocina, para hacer ver que eres un genio o como ejercicio retórico, pero son peligrosos cuando hablamos de alimentación que es un deporte mucho más importante.
Es cierto que ya Aristóteles -creo- consideraba que la forma era la figura de un objeto, pero también aquello por lo que algo es lo que es. Por eso, hacía la distinción entre formas sustanciales y formas accidentales. La forma sustancial es lo que el objeto es en esencia, mientras que la accidental hace referencia a sus rasgos.
En el fondo, si nos paramos a pensar sobre el asunto, veremos que tampoco es una idea ni tan genial, ni tan nueva. La gran industria alimentaria -que es la que suele estar detrás de los turrones de cualquier cosa- hace tiempo que lo tiene asumido y nos ha trasladado su marco mental.
Una pizza es esa cosa redonda -con cosas encima- que encontrará usted en el pasillo de los refrigerados o de los congelados, estimado consumidor. Pero todos sabemos que una pizza de verdad es algo muy distinto a esa puta mierda que nos venden como tal en los supermercados. Una pizza es una ostia sagrada de la gastronomía y no esa porquería retractilada en plástico.
Que algo recuerde a o tenga el aspecto de, no hace, en absoluto, la cosa. La industria alimentaria vegana -sí, industria- hace exactamente lo mismo y copia la forma de los productos de origen animal para sus equivalentes de origen vegetal y fabrica hamburguesas -y hasta chuletones- que tienen el mismo aspecto.
Sinceramente, si aceptamos pulpo como animal de compañía, estamos jodidos. Si compramos esta idea de que un turrón es solo una forma vamos mal. Nos la meterán doblada aún mucho más de lo que ya lo hacen. Si aceptamos que una verdura, la que les dé más rabia, pueda ser algo que solo la recuerde en su forma o incluso en su sabor, perderemos definitivamente la batalla por unos buenos alimentos y una buena alimentación.
Y vuelvo al principio. ¿Qué diablos es un alimento? Pues no lo sé. Aristóteles decía que lo que de verdad definía a un objeto o a alguien era su alma. Ahí residía la auténtica esencia que definía lo que las cosas eran realmente.
No me voy a poner ni más místico, ni más cursi de lo necesario, pero el alma -en cuanto a lo que comemos- es esto que les contaba Yanet Acosta el otro día y, claro, también el olor del caldo que ahora mismo impregna mi hogar, y que me ha obligado a ausentarme de ustedes un momento. Les vuelvo a pedir perdón por ello.