Nos quejamos, pataleamos y protestamos. Que estamos hartos de contenidos inanes, de influencers, de que solo se hable de cocineros y que encima siempre sea de los mismos. Nos vestimos con los ropajes de la dignidad y revindicamos a gritos, con elocuencia de sabio griego, que la gastronomía es cultura. ¡Señor/a, que si quiere bolsa!
¿Se han acercado últimamente a una librería y han ojeado la sección de gastronomía? Bueno, más bien la sección de cocina, que es donde van a parar todos los libros relativos a las cosas del comer en la mayoría de tiendas de libros. Da igual que sean de nutrición, sobre la última dieta milagro o el libro de un cocinero o de un aspirante a serlo salido de Masterchef. Allá va todo, totum revolutum.
Si nos quejamos de la pobreza de la calidad de los contenidos en los medios y las redes sociales, la del panorama editorial no se queda atrás. Yo no sé ustedes, pero los últimos libros que he comprado han sido todos publicados en inglés, ya sea en Estados Unidos o en Reino Unido.
Se lo voy a poner fácil para que tengan que andar poco. Busquen en Amazon qué hay publicado en castellano —o en cualquiera de los idiomas co-oficiales— y es para echarse a llorar. Lo dicho, libros de nutrición, de dietas, recetarios varios y libros de restaurantes y cocineros, incluidos los de esa editorial a la que los cocineros tienen que comprar parte de la tirada para sufragar los gastos de publicación.
Es que no hay editoriales dispuestas a publicar nada más que esto. ¡Y una mierda! Hay pocas, pero muchas más de lo que pensamos. Sí, está Ediciones Trea, en Gijón, con un catálogo maravilloso, pero les aseguro que hay más de una y más de dos esperando que le lleguen originales o proyectos de originales maravillosos. Incluso, ahora, tenemos Planeta Gastro, que ha publicado alguna cosa —pocas— interesantes.
Oh, es que a la gente solo le interesan este tipo de libros. ¡Otra mentira de mierda! Cuina o barbàrie!, de mi amiga Maria Nicolau, lo ha petado literalmente en Catalunya y se ha comido a escritores consagradísimos con patatas. Y cuando a finales de este mes salga en castellano, seguro que también será un éxito. Bueno, pero es el libro de una cocinera. ¡No! Es un libro escrito por una cocinera y, aunque es verdad que cuando uno escribe siempre deja un poco de sí mismo en cada párrafo, no es lo mismo.
Bueno, pero es que en este país no lee ni Dios. ¡Una verdad a medias o sea una mierda de verdad! Leemos poquísimo, es cierto, pero no lo es menos que cuando es bueno hay público para casi cualquier cosa. Y si lo hay para la bazofia, me resisto a creer que no lo hay para cosas con cara y ojos. Y, con perdón, pero si la cosa en cuestión vale la pena, entonces se vende como rosquillas. El libro de la Nicolau —que en Catalunya está a un paso de ser una diva como la Caballé o la Calas— va por la cuarta edición, que en un mercado relativamente pequeño, ya me dirán ustedes.
Dicho todo esto, el auténtico problema somos nosotros. Los que deberíamos estar escribiendo esos libros y no lo estamos haciendo. Los que escribimos artículos como este, nos vestimos con los ropajes de la dignidad y revindicamos a gritos, y mucho bla, bla, bla, y mucho exabrupto, pero después nasti de plasti.
Conozco fabulosos escritores gastronómicos, infinitamente mejores que yo y con muchas más cosas interesantes que contar, que llevan años arrastrando proyectos de libros que no hay forma de que vean la luz. Yo mismo, tengo dos —además con editoriales interesadas— y no hay manera de que me ponga en serio.
Se paga una mierda por escribir un libro, sobre todo si tenemos en cuenta el trabajazo que es. Pero cuando te llenas la boca con esto y lo de más allá, lo del dinero es un poco una excusita, sinceramente. Se hace camino al andar y si queremos cambiar alguna cosa, esperando que cambie por sí sola no lo vamos a conseguir.
¡Muchachos! ¡A mi la Legión! Hay que ponerse las pilas. La gastronomía no se hace sola, hay que hacerla. Y quede claro que este artículo, al que estoy a punto de ponerle fin, va más dirigido a mi que a cualquier otro.