Nunca veo películas de zombies ni post apocalípticas. Nunca. Pero todo cambia cuando una de esas de las que esperas muchos disparos y testosterona se convierte en el escándalo de la semana por una historia de amor. Se trata de The Last of Us, la adaptación televisiva del videojuego del mismo nombre creada por quien también fue el responsable de la serie Chernobil, el estadounidense Craig Mazin.
En el tercer capítulo de la serie la lucha contra los zombis pasa a segundo plano para centrarse en el enamoramiento de dos hombres. Una relación en la que se muestra desde una primera vez cuidada hasta el amor final de los cuidados. Una relación universal en la que el género es irrelevante y que sobrevive a un fin del mundo gracias a las armas, los cercados y las trampas, pero también a la música que los enamora, la pintura en la que se afana uno de ellos y la cocina en la que se emplea a fondo el otro.
En ese capítulo de la serie, donde se muestra el incivismo de una industria alimentaria responsable del brote epidémico por el uso de harinas en mal estado y el de un gobierno exterminador de gente sana para evitar contagios, así como el de grupos de humanos en huida a los que temer más que a los zombies, un tipo armado hasta los dientes prepara unas costillas de conejo glaseadas con verduritas de su huerto urbano acompañadas de un Beaujolais.
Parece una broma, pero no lo es. Pocas cosas merecen la pena y quizás esa sea una. No solo comer, sino cuidar los detalles cuando casi todo se ha perdido. Un acto casi de dignidad. De hecho, el cocinero superviviente tiene otro gesto que deja en suspenso el final del mundo, porque se toma el tiempo de colocar el plato en la mesa y hacerlo girar dirigiendo hacia el comensal el lado más estético. Un gesto tan profundo como el del salvaje Enkidu aprendiendo a comer por amor en la Epopeya del Gilgamesh, la que se considera una de las primeras manifestaciones literarias y que data del 2500 antes de la era común.
Pero de lo que más se habla en las redes no es de la cocina de The Last of Us, serie que en España se puede ver en HBO Max, ni de su ácida crítica social. Tampoco de la sostenibilidad de la carne de conejo en una situación post apocalíptica en la que debes criar y plantar tu propio alimento ni en la emoción de probar una fresa en ese mundo donde una semilla tiene el valor de un arma de fuego. Tampoco de la importancia de los cuidados ni del miedo a que todo se vaya al garete por un hongo.
De lo que todo el mundo habla es, por un lado, de que son dos hombres los que se aman, y por otro lado de la posibilidad de comer sin enfermar una lata de pasta (raviolis de ternera del Chef Boyardee) de más de 20 años como aparece en la serie. Tanto ha sido el interés de los seguidores por este tema que algún experto quizás algo temerario ha contestado: "es posible si la lata no da signos de estar abollada o hinchada".
Pero yo para este próximo día de los enamorados les invito a evitar comer latas históricas y a poner en duda la palabra "nunca" para celebrar una cena a lo The Last of Us con un menú de conejo, fresas y vino con el que brindar por la salvación del amor y la civilización.