Hola, ¿cómo están? Bienvenidos a esta su columna semanal. Pónganse cómodos, por favor. En nada empezamos.
Han querido las cosas que estos días me haya topado con dos artículos que hablaban de las propinas, aunque desde dos puntos de vista distintos. El primero era de The Economist y explicaba los motivos por los que, según una investigación de la Universidad de Cornell, la gente se siente más impelida a dejar una gratificación. Una de las conclusiones a las que llegaba el estudio era que hay quien cree que dejando una gratificación obtendrá un mejor servicio la próxima vez que vuelva -si es que vuelve y les atiende el mismo camarero y este les reconoce-, pero por lo visto eso no es así. O sea, que hay las mismas posibilidades de que haya un pelo en nuestra sopa con o sin propina. Si a pesar de no ser cierto, dicen en Cornell, hay quien insiste en dejar propina es porque en el fondo le gusta creer que de este modo tiene el control. Ya me perdonarán, pero es mucho pensar que eso sea así a cambio de unas pocas monedas.
El segundo artículo apareció en Civil Eats y explicaba cómo las propinas se usan, ni que sea sin mala intención, como una forma de discriminación. Por un lado, los restaurantes aprovechan para pagar por debajo del salario mínimo a sus empleados. Del otro, hay locales donde a los camareros afroamericanos se les encarga, una y otra vez, la zona del local que siempre está más vacía y donde, lógicamente, las propinas son más escasas.
Ricardo Soca, en La fascinante historia de las palabras, explica que el verbo griego pinó significaba beber. Al ganar el prefijo pro-, tenemos propinó, que expresaba la idea de extender amistosamente el brazo -y el vaso- al otro para ofrecerle bebercio. Y sigue Soca con que «este verbo griego pasó al latín como propinare, con el mismo significado, pero en el bajo latín de la Edad Media, de ese verbo grecolatino se derivó el sustantivo propina, que inicialmente tenía el sentido de regalo o dádiva y, más adelante, denotaría pequeña gratificación por encima de lo convenido para el pago de un servicio».
¿Cómo va todo? ¿Todo bien? ¿Les gusta hasta ahora el artículo? Espero que les esté resultando interesante.
Así que ya ven. Llevamos desde la Edad Media dando propinas y su permanencia hasta nuestros días solo puede significar que este gesto se ha convertido en un auténtico ritual -uno más- asociado al hecho de ir a un restaurante, una auténtica costumbre social. Y ya se sabe que el incumplimiento de lo social -como ya explicó Durkheim- es complicado por aquello de la coerción que las sociedades ejercen sobre sus miembros. Es aquello de que la propina it’s not mandatory, but it’s costumary, que se leía -no sé si todavía- en el interior de los taxis de Nueva York.
Bueno, pues si no es obligatoria y todos sabemos que las costumbres -como las normas- están hechas para saltárselas o como mínimo sujetas a evolución, cambio y sustitución por otras, quizás podríamos ir pensando en cargarnos esto de las propinas, sinceramente. Porque, ¿no les parece extraño eso de gratificar a alguien por hacer bien su trabajo? ¿No se supone que es su obligación? A mí, espero, me van a pagar por este artículo lo acordado, termine siendo una porquería o algo brillante.
Si además, descubrimos que sirve como elemento de chantaje de los clientes ante los sufridos camareros o como arma arrojadiza contra los derechos laborales, más a mi favor y las propinas deben morir. Eso de que el sueldo del servicio de sala se defina siempre en base a dos conceptos, tales como xxx euros más propinas, donde xxx se corresponde con un salario de mierda, no lo podemos venir a solucionar nosotros los clientes. Los sindicatos y las leyes laborales no existen desde la Edad Media, pero sí desde hace lo suficiente como para que quien tiene la obligación de hacer algo, lo haga.
¿Es todo de su gusto? ¿Creen que la columna tiene un buen ritmo? ¿Y la puntuación? ¿Les parece acertada? Bueno, ya estamos llegando al final. No se preocupen.
Confieso que cada vez la dejo en menos ocasiones. Claro, la pandemia y no llevar nada de efectivo encima desde hace dos años también han ayudado. Y claro, eso de pedir que la añadan a la cuenta que pago con tarjeta de crédito, pues como que no, porque no tengo muy claro en qué manos va a terminar.
El problema de todo esto es que me parezco cada vez más a mi padre. No la deja nunca. No se crean. Es un hombre generoso y dejaba siempre un buen propinón, hasta que un día, sin previo aviso, dejó de hacerlo. Desde entonces, he asistido a escenas memorables en restaurantes de toda condición, en las que mi madre dejaba la propina y mi padre cogía el dinero y se lo metía en el bolsillo y todo terminaba en una pelea medio en broma medio en serio entre los dos y conmigo debajo de la mesa. Pues eso, eliminemos la propina y quizás consigamos que mis padres sigan casados muchos años más.
Pues ya está. ¿Qué? ¿Les ha gustado? Ay, muchas gracias, muy amables. Ya saben. Si me quieren dejar propina, lo pueden hacer por PayPal o Bizum. Como les sea más cómodo. Gracias y hasta pronto.