Es frecuente que a aquellos que, con más o menos intensidad, nos dedicamos a escribir sobre las cosas del comer, nos pregunten cuál ha sido la mejor cena o el mejor ágape de nuestra vida. Un 2 por 1 en el supermercado de las necesidades humanas básicas.
Por un lado, ese trastorno obsesivo compulsivo de clasificar en listas y ránkings, que Brillat-Savarin ya advirtió que sería algo a lo que los cocineros y los restaurantes sucumbirían. La Guía Michelin apareció unos 60 años después de su predicción.
Del otro, la necesidad de vivir cosas memorables, únicas y excepcionales. Así, tenemos el viaje, la película, la playa más bonita y un largo etcétera de lugares y experiencias que calificamos como los mejores de nuestra vida. Para eso Dios Nuestro señor, en su inmensa sabiduría, nos dio Instagram, el reino de los cielos de lo aspiracional.
Incluso existe tal o cual persona a la que no dudamos en calificar como el amor de nuestra vida, aunque ya no forme parte de ella, sin darnos cuenta de que ese amor arrebatador es o debe ser la persona que ocupa en estos momentos nuestro voluble corazoncito o, si estamos solos, la que seguro lo ocupará en el futuro. No somos monógamos, oigan. Ni en el amor ni en nada.
El mundo es largo y ancho -el gastronómico también- y la vida basta vivirla para que sea en ella misma una experiencia maravillosa. No buscar es, básicamente, la mejor manera de encontrar. Muchas veces, aplicaciones como Instagram, TripAdvisor o El Tenedor son verdaderos Tinder gastronómicos, donde esperamos encontrar esa experiencia gastronómica que nos ponga del revés.
Así que ir a la caza de esas experiencias gastronómicas inolvidables, brutales y cuanto adjetivo usan los gastrotontolabas suele ser un mal negocio y una fuente de la que brotan sobre todo decepciones. Me han dicho que es exactamente lo mismo que sucede con Tinder, dicho sea de paso.
No somos exploradores gastronómicos, somos auténticos cazadores en busca de un trofeo, pistoleros que queremos añadir una muesca más a la canana de nuestro revólver. El auténtico explorador es el que se adentra en la jungla con la intuición de que ahí va a haber algo, aunque no sabe muy bien qué ni si va a valer la pena.
Dejemos de lado que, además, algunas de las mejores sensaciones a la hora de calificar una comida como excepcional no provienen siempre ni necesariamente del lado de lo que comemos. Ya he hablado de ello en otra ocasión, así que no insistiré, pero el tópico del carpe diem, también nos lo deberíamos aplicar cuando comemos.
Y por el mismo motivo, deberíamos ser capaces de ensanchar nuestros horizontes, ya que por regla general, cuando alguien nos hace esa pregunta con la que he empezado este artículo, normalmente busca que le demos el nombre de un restaurante, y de existir -que ya les digo yo que eso de la mejor comida de nuestra vida es un animal mitológico- esta no tiene por qué haber sido en un restaurante.
Así que no existe tal cosa como la mejor cena o la comida más memorable de nuestra vida, porque a menos que muramos justo después de disfrutarla, nos quedan muchas más, y quién sabe qué alegrías y qué sinsabores nos depara el futuro. A todos les deseo que sean de las primeras y que les lleguen sin buscarlas.
El pasado es, en el mejor de los casos, simplemente algo a mejorar y en el peor una cárcel de la que hay que intentar escapar. El futuro es solo una promesa cuyas expectativas hay que saber gestionar, por lo que solo nos queda el presente que hay que tratar de vivir como si no hubiera habido un ayer y, como se dice ahora, como si no hubiera un mañana.
Aplíquense el cuento. Acepten este consejo de alguien que ha cometido, demasiadas veces, el error de dejarse acogotar por el pasado, hacerse ilusiones con que en el futuro todo iba a ser mejor, y que se olvidó de disfrutar el presente. Incluso pensó que ella era el amor de su vida. Ya ves tú por dónde.