Dicen que diciembre es el mes más mágico del año. Que las fiestas navideñas llegan para llenar de luz, de ilusión y de sueños nuestras calles, nuestras casas y nuestro espíritu. Un espíritu que, este año más que nunca, se encuentra hastiado, apagado, dañado y fatigado, lleno de mazazos. Las navidades 2020, me temo, poco o nada podrán hacer para que tan dura caída sane.
Así que sí, me temo como nos tememos todos desde hace unos meses, que estas fiestas no serán más que un parche adornado de luces, de estrenas, de aguinaldos y de turrones. Como lo ha sido siempre, en realidad, pero este año más que nunca. Una Navidad que se avecina algo tímida, cautelosa y sin querer alardear de todos los "valores solidarios" a los que siempre ha estado asociada.
Solidaridad, amor, besos y abrazos, reuniones, reencuentros y celebraciones familiares, cabalgatas de reyes, abundancia del comer y del beber, lista de deseos por cumplir en el nuevo año y otra lista de todo lo que, de una vez por todas, queremos dejar atrás. Regalos, juguetes, la colonia y el pijama de todos los años, la mirada de ilusión de los más pequeños de la casa, el roscón, las 12 uvas con sus correspondientes atragantamientos, las eternas sobremesas, los bailes desinhibidos de nuestros padres que, embriagados de sus dos copas de más, cantan, bailan y te sacan a la pista. Risas, lloros, más turrón, más roscón, más marisco, más cócteles de gambas, más canapés, más vino y más champán, más y más.
La Navidad siempre es esto, más y más. Abundancia de todo lo que asociamos a esa palabra de la que tanto hablamos y de la que tan poco sabemos: la felicidad. ¿Qué será esta vez de esta abundancia? La Navidad de la pandemia no hará caso omiso a todo cuanto este año hemos vivido; no será capaz por sí misma de curarnos, y quizás por eso este año la Navidad se asoma tímida como te decía; haciéndonos saber que está ahí, a la vuelta de la esquina, asomando la patita pero sin hacerse ver demasiado, no vaya a ser que todas las personas que tan mal lo están pasando se sientan ofendidas ante tanta demostración de amor, ante tanto consumismo, ante tanta luz cegadora.
Asumimos que la Navidad de la pandemia será diferente, y asumimos también que el 1 de enero de 2021 todo seguirá igual. Que la magia de la Navidad habrá cumplido su propósito en todas las familias españolas una vez sentados en la mesa; en unos casos, el de entristecernos por los que ya no están, en otros, el de reconfortarnos por los que sí están.
No nos queda otra que hacerlo lo mejor posible ante un panorama de restaurantes con aforos limitados, de salidas nocturnas censuradas, de espíritu dañado. Yo, que soy más bien de espíritu grinch, celebraré y me emocionaré viendo la mirada de ilusión de mis sobrinos; ellos, los niños, son los que mantienen viva esa magia, la verdadera medicina para tantos abuelos, abuelas, madres, padres, tíos y tías que, ya de adultos, olvidamos qué es eso del brillo en los ojos, de la ilusión de disfrutar de las pequeñas cosas que no se ven. Anotado queda en mi lista de deseos para el 21: mirar, sonreír y vivir durante todo el año como lo hacen mis sobrinos durante las navidades. ¿Qué hay de tu lista?