Quien piense que la película The Menu (El Menú) va de cocina se queda corto. La gastronomía es la herramienta transversal sobre la que gira, pero como en las obras maestras, todo es una excusa para ir más allá y más adentro.
Un juego, una actuación. Conceptual, como el urinario de Duchamp. Entre insulto y genialidad. Arte que es mierda en las tripas. Entre comedia y terror. Como esta vida imprecisa entre barrotes de exigencias y perfeccionismo imposible.
- ¿Eres de los que quitas o de los que das?
Miro mis uñas y rumio tatareando canciones de hace 30 años, disimulando.
- Yo no soy tu ángel.
Hay quienes brindan por el dinero, mientras otros cosechan, pescan, fermentan y se crían en la competitividad y los celos. Felices de servir. No se puede añorar lo que ni siquiera se sabe cómo imaginar.
- ¿Dónde queda lo auténtico? Eso que de verdad merece la pena. Eso que no sabes nombrar, pero que te susurra run away run away run away.
Y entonces salen los monstruos que cazan al vuelo quienes no encajan. Quienes no ven diferencia entre el desayuno buffet de un hotel y el del talego. Aquellos que como Alexis Ravelo leen en alto a los que no quieren oír ni hablar. Working class fuel. Gasolina que mañana será el pan sin pan, el huevo en el gallinero.
Que nos parta un rayo.