Tristeza, sí. Es tristeza lo que albergo cuando termino de ver por tercera vez la videoreceta de una mousse de limón publicada en las redes del canal gastro de un gran diario español. El clip reúne doce pasos en treinta segundos, lo cual equivale a dos pasos y medio por segundo; más ocho en los que apreciamos la textura, un emoji y los logos del canal y del periódico. 38 segundos en total. No hay texto ni voz, solo música. No hay cartelas ni enlace a la web. Nadie aconseja nada. No podría llevarla a cabo porque desconozco los ingredientes y los tiempos que se requieren. Tampoco tengo la batidora de 700€ que utiliza —sé lo que vale porque sí distingo la marca—. Esta es la receta más deshumanizada que jamás he visto, leído o analizado. Esa es la palabra: deshumanizada.
Justo una hora antes he leído en voz alta una instrucción de hace 280 años: "Cómo se hace el piñonate de María Manuela", de María Rosa Calvillo de Teruel, en el cual la autora sevillana no solo remarcó la autoría del dulce, también nos dejó pistas sobre cómo se medía antaño, el mejor recipiente, la viveza del horno, los productos más idóneos, su meticuloso proceder e incluso el toque final. Me ha resultado tan bella en su forma y tan fornida en su continente, que he necesitado romper el silencio y recitarla. Me sucede a menudo, percibo en algunas recetas cadencias propias de la literatura o de la música. Por ello centrifugo aquellas palabras cotidianas hasta lo más profundo de mí, paladeo esas migas que nos acercan a sus vidas y digiero lo que no es evidente en la primera lectura.
La receta es un género libre en continua evolución. Ser papista solo denota una carente panorámica de su historia. Al fin y al cabo, es realmente moderna la estructura de ingredientes, cantidades y elaboración. Por eso celebramos con el mismo entusiasmo que en 1698 Catherine Cotton compusiera en su recetario una sátira religiosa contra la iglesia presbiteriana o que en 2018 la boricua Illyana Masionet contextualizara su arroz con gandules a partir de la violencia acaecida en su primer hogar. Igual que apreciamos los exotismos decimonónicos de Eladia en el Carmencita o la sobriedad de Simone en el 1080. Y nos embriagamos en el buffet libre informativo que nos brinda Vicky Hayward en su actualización de Altamiras al tiempo que somos comedidos con los regates al hambre de Domènech o Fisher, quien creía firmemente que las recetas debían aparecer en sus textos como los pájaros en las ramas: solo cuando fuera necesario. Por no hablar del regalo semanal que nos brindan coetáneas como Sohla El-Waylly, Miriam García, Clara Villalón, Anna Mayer o Mónica Escudero; así como el pozo sin fondo de plataformas sociales y virales como Food52, FoodNetworks o BuzzFeed Food. Porque aunque reine la anarquía, existen ciertos parámetros para identificar lo que es o no es una receta. Parámetros y respeto, sobre todo, hacia lo más básico: la transmisión de un saber culinario. Por ello, la vanguardista e ineficaz receta de la mousse de limón ceci n'est pas une recette. Como la pipa de Magritte, es solo una representación surrealista.