Hace unos días leí una noticia que me dejó impactada, para mal. El titular decía así: "Un grupo de veganos asalta un asador en Australia sin mascarillas e increpa a clientes". Pasando por alto el tema de las mascarillas, lo que me removió las tripas fue la parte del asalto.
Me adentro en la noticia y sigo leyendo, tratando de imaginarme el escenario y recreando en mi mente el lamentable espectáculo: cartel en mano, este grupo de activistas veganos increpó a todos los comensales que se encontraban en el asador, alzando mensajes como: "¿Tu comida tenía cara?", "no es comida, es violencia" o "¿cómo pueden seguir metiéndose esas partes de animales en la boca sin sentir que se les pega en la garganta?".
Al parecer, su objetivo no era solo el de incitar a todos los clientes a dejar de comer lo que tenían en el plato, que también, sino el de concienciarles sobre cómo el consumo de carne en su vida diaria les convierte, per sé, en seres carentes de moral, ética y sensibilidad cuya única preocupación es satisfacer su paladar durante unos minutos.
Lamentable espectáculo, como decía. Primero, porque con esta acción se demuestra que el veganismo, en muchos casos, se nos está yendo de las manos. Y segundo, porque al parecer, la condición de ser vegano marca muchas veces esa etiqueta de la que, curiosamente, ellos mismos reniegan. Normalización, ¿no? Pues amigos, asaltando un restaurante e increpando a la gente de forma intrusiva con pancarta y megáfono en mano, es justo lo contrario a lo que yo entiendo por normalización. Más bien, violencia.
Hace unas semanas escribía en este mismo medio sobre la "demonización que existe hacia quienes han o están (estamos) decidiendo ser vegetarianos". Pues sí, existe en muchos casos, pero la misma lástima me produce cuando dicha demonización ocurre en la dirección opuesta. Y sucede, como vemos.
Creer que aquello que tú haces está bien y es honesto con tus ideales no te da derecho a ir por el mundo adoctrinando a los demás, que ojo, seguramente también serán igual de honestas y buenas personas que tú. O no, pero eso no lo decidirá lo que comen o dejan de comer.
No me cabe duda de que los clientes de este restaurante australiano se sintieron incómodos. Yo me hubiera sentido así, pero no tanto porque el mensaje de estos activistas me hiciera sentir peor persona, sino simple y llanamente porque me hubiera entristecido, incluso avergonzado, comprobar cómo algo tan íntimo y personal como es la alimentación puede dar lugar a actos como estos. Violentos, para mí. Violentos y veganos, qué contradicción, ¿no crees?
Dicen que la libertad de uno mismo termina cuando empieza la de los demás. Pues en el comer, tres cuartos de lo mismo. Sé vegano, sé vegetariano o come carne, huevos, leche o achicoria; come lo que quieras, pero que esto no te haga sentir mejor ni superior que el resto de personas que te rodean.
Hazlo porque te apetece o porque tus ideales, tus condiciones físicas, tu estado emocional, tu entorno cultural, familiar o social, tus convicciones -lo que sea- te ha llevado a ello.
Y en ello, en tu opción, te sientes honesto contigo mismo. Pero deja en paz a los demás, porque sus necesidades no son las tuyas, y sobre todo porque tú no eres mejor que ellos. Solo diferente, y es en esa diferencia sana donde reside la verdadera riqueza del buen comer.