Si hay una palabra que detesto esa es la de 'guarrada'. Y no porque no me gusten. Lo que detesto es su uso gastronómico: llamamos 'guarrada', 'guarrería', 'guarrindongada' –como David de Jorge– o sus variantes 'cerdada' o 'marranada' a uno de esos bocados que a veces no salen en ningún recetario, que con frecuencia nos preparamos en casa con ingredientes que gustativamente no casan según nuestro paladar cultural pero que nos encanta comer.
Hablamos de un bocadillo de patatas Pelotazos con nocilla, de helados sabor after-eight con anchoas o de yogur con ketchup. Aunque, también, –y para mi desgracia– he escuchado tildar de 'guarrada' a platos como el pollo al ast de los domingos, con su allioli y sus patatas asadas, a unas costillas marinadas y glaseadas, a una francesinha, a un pastel con bien de chocolate e incluso, por sinécdoque, a gastronomías de países enteros: "Quiero cenar guarro. ¿Pedimos al chino?", "¡Ayer nos comimos un kebab guarro!".
Que somos unos racistas lo tengo claro –y contra esa enfermedad, solo existe una cura que puede empezar por leer a Gazpacho Agridulce y Lucía Mbomío–, pero lo que no sabía es que nos había calado tan hondo todo este tema del clean eating, el contar calorías (cuando ningún médico nos haya encomendado la tarea) y otras historias con las que no sólo nos censuramos el apetito, sino que también nos lo culpabilizan. No es casualidad que un gran género de 'guarradas' sean todas aceitosas o grasientas o azucaradas o todo a la vez.
Las 'guarradas' son comidas que se salen de la norma, a veces perversiones gastronómicas y a veces raras recetas dictadas por el antojo pero, en definitiva, deseos oscuros y reprimidos que salen directos desde lo más inconsciente de ese segundo cerebro que –dicen– tenemos en el estómago. Nos encanta comerlas pero las vemos como algo pecaminoso y, quizás por eso, las llamamos con esta palabra peyorativa que se asocia con lo sucio, como si comerlas nos ensuciara por dentro, nos enguarrara, y nos convirtiera en guarros, marranos, cerdos. Bajo esa fórmula, posteriormente habría que limpiarse de ese revolcón por los sabrosos y placenteros fangos que nos ha traído la 'guarrada' a la boca o, lo que es lo mismo, ofrecerle a no se sabe muy bien quién o a qué dios de la dieta una suerte de compensación en forma de restricción o de ejercicio.
Guarrada, tal vez, es algo realmente sucio, como echarle vodka a una gran rueda de queso para salsear unos espaguetis durante meses, chupar el suelo del metro, traicionar a una amiga o a un compañero de trabajo. No traigo palabras alternativas para sustituir a guarrada. Creo que bastará con cualquiera que celebre aquello que nos guste meternos en la boca.