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¿Lees esos puntos suspensivos? Equivalen, más o menos, a todo lo que se ha escrito en España en la última semana sobre Dan Barber, cocinero en Blue Hill y Blue Hill Barns, en Manhattan y en el interior del Estado de Nueva York, respectivamente.
Es llamativo, porque hace siete días (en el momento de escribir estas líneas) que la prensa estadounidense no hace más que hablar de él. Una simple búsqueda de su nombre en la pestaña de noticias de Google demuestra cómo, mientras en Estados Unidos se ha estado publicando mucho y desde diversos medios, aquí no ha aparecido prácticamente nada.
Esto no sería destacable si no fuera porque Dan Barber está siendo acusado de generar ambientes laborales tóxicos, de incluir productos animales en sus menús vegetarianos sin conocimiento de los comensales y de toda una serie de prácticas poco éticas entre las que no faltan las acciones contrarias al bienestar animal.
Y todo esto, por su parte, no sería noticia más allá de Estados Unidos si no fuese porque Dan Barber ha sido una presencia constante en congresos en España, ha apadrinado algunos proyectos locales, como la cría de la oca ibérica; porque Dan Barber fue el mejor cocinero de Nueva York en 2002, ha ganado varios premios de la fundación James Beard, entre ellos el de Mejor Chef de Estados Unidos en 2009. Fue considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2009 y elegido por otros cocineros el mejor cocinero internacional en el año 2018, el mismo año en el que su restaurante de la ciudad de Nueva York ocupó el puesto 12 entre los mejores restaurantes del mundo en la lista 50 Best. Dan Barber no es cualquier cocinero.
Por eso no se trata de hacer escarnio, de utilizar ese tono ejemplarizante al que a veces recurrimos ante los ídolos caídos sino de informar. De explicar qué está pasando y tratar de saber si las acusaciones son ciertas, y en su caso hasta qué grado, o no. Mientras el texto que originalmente publicó Eater acusa al cocinero, una carta firmada por más de 100 de sus empleados salía hace apenas dos días en su defensa sin que en España ni uno ni la otra hayan tenido ningún eco.
Llevamos ocho días de retraso respecto a la noticia, lo cual, creo, es un problema. Es un problema, porque en España tendemos a entender ese tipo de publicaciones, cuando se hacen, como un ataque. O porque no nos hemos enterado, que seguramente sería peor.
En cualquier caso, sin entrar en acusaciones que no pretendo hacer —al final yo también escribo, y aquí estoy, sin entrar en el tema, cuando bien podría hacerlo— lo que me interesa de este caso es otra cosa, sobre la que sí que suelo escribir con frecuencia: las dinámicas que se establecen en la escritura gastronómica de diferentes países o de diferentes épocas y que hacen que lo que es noticia automáticamente en un lugar en otro no lo sea.
Las elecciones temáticas, estilísticas y de tono son interesantes. Lo son, especialmente, cuando se analizan desde un punto de vista diacrónico: qué se escribe en un momento dado de la historia, cómo se escribe y, a veces, incluso, por qué.
Analizar esa evolución es un trabajo apasionante que explica muy bien de dónde venimos, por dónde hemos venido y, quizás también, dónde estamos y a dónde nos dirigimos.
No me importa demasiado el asunto de Dan Barber, más allá de que en algún momento su discurso me pareció un modelo que podría inspirar a otros cocineros cosa que, por otro lado, tampoco estoy seguro de que haya pasado. Sí que creo, sin embargo, que el hecho de escribir o no escribir sobre él, ahora como hace diez años, es interesante.
Y, bueno, veremos qué pasa con este caso. Lo leeremos, seguramente, en la prensa estadounidense, como lo ocurrido con las denuncias alrededor de Eleven Madison Park, que fue considerado el mejor restaurante del mundo, o con las centradas en David Chang. Aquí, en líneas generales, este tipo de asuntos gustan poco al público y no suelen tener un gran recorrido mediático.