Estos días han corrido por las redes sociales los vídeos de un singular restaurante murciano, de Lorca para más señas, al que se conoce como Mariscos a lo Bestia. Por lo visto no es la primera vez, pero yo —ignorante como soy— jamás había oído hablar de él. La verdad es que con el nombre ya debería estar todo dicho, pero vamos a adentrarnos un poco en el proceloso mundo del all you can eat, palo que creo que aún no había tocado.
Más que un restaurante, da la sensación de que Mariscos a lo Bestia es una especie de spin-off, de secuela, de sucursal, de línea de negocio paralela como si dijéramos, de La Peña Restaurante también de Lorca.
Como les decía, hay locales que con el nombre ya pagan y además dejan muy claro lo que podemos esperar. En este sentido son, pues, honestos. Es el caso de Mariscos a lo Bestia —lo abreviaremos MAB desde este momento— que da exactamente lo que su nombre indica. Literalmente, carretadas y paletadas de marisco cocido. MAB propone a su distinguida clientela un menú cerrado a 50 euros que se compone de una ensalada normalita servida en cantidades descomunales, seguida de —y de ahí viene el nombre— marisco servido en las mesas desde unas carretillas de esas que se usan en las obras que se deposita en el plato del horrorizado distinguido comensal mediante una pala, mientras suena el himno de España. A continuación, carne roja y chato murciano con patatas al ajo cabañil con huevos rotos a tutiplén, y de postres helado y unas brochetas de fruta a discreción. En el apartado de las bebidas, vino de la casa que se sirve —ojo al dato— desde una sulfatadora y directo a la copa.
Personalmente, pienso que el nivel de horterada no debe tener parangón en el mundo entero, pero por si todo esto no fuera suficiente, worst was yet to come. Los empleados también hacen las funciones de equipo de animación y primero ellos y luego ellas se suben a un escenario para interpretar diversos numeritos y canciones. Estoy casi seguro de que existe algún tratado internacional firmado en Ginebra que prohíbe que un empresario obligue a sus trabajadores a hacer estas cosas para torturar a sus clientes.
Pero es que estamos ante un «gastro show», como ellos mismos se denominan en su página web. Así que menos rasgarse las vestiduras, porque a fin de cuentas esto de la cena espectáculo hace siglos que está inventado, y MAB no es más que un dos por uno que suma lo peor de dos mundos: el gastro show y el buffet libre. Porque como se pueden imaginar una de las gracias de todo este tinglado es que puedes «comer todo lo que quieras. ¡Hasta morir!», que, por otro lado, es un eslogan muy normal de un país como este que sufrió una posguerra durante la cual mucha gente pasó hambre canina.
MAB debe ser un gran negocio porque me dejó con el culo torcido al ver que hasta tienen una agencia de comunicación que responde por ellos todos los comentarios —positivos y negativos— que la gente les deja en TripAdvisor. Comentarios que van desde los elogios encendidos hasta la descripción de experiencias horripilantes. A todos, los responsables de comunicación responden más o menos de la misma manera y haciendo mucho hincapié en que su único interés es que todos los clientes disfruten de la mejor de las «experiencias». Es curioso como la patraña instagramera de lo experiencial ha calado hasta en este tipo de locales.
Sobre el ambiente festivo en MAB, pues de boda de cuarta regional con el numerito de las servilletas-baberos al aire, pues eso. Que todos hemos estado en bodas en las que pasa lo mismo e igualmente hubiéramos querido escondernos debajo de la mesa para no pasar más vergüenza de la estrictamente necesaria. Además España, se lo recuerdo, no es Suiza.
Hace muchos años, unos amigos me llevaron a un restaurante en Barcelona que se llamaba —porque creo que ya no existe— El Mediévolo. Se suponía que tanto el local como la comida estaban inspirados en la edad media. Y efectivamente era verdad, eso sí, una edad media de cartón piedra tanto el local como la comida. También había numeritos de esos participativos destinados, imagino, a que el personal se olvidara de la mierda que era todo eso y se lo pasara bien.
Yo lo pasé fatal y hubiera preferido, mil veces, ser empalado por una manada de mandriles en celo, antes que permanecer ni un minuto más en esa mazmorra. Pero claro, en el grupo de amigos estaba la chica que me gustaba (mucho) y aguanté toda la velada como mejor pude, lo cual fue todo un ejercicio de contención para no romperle la cara a alguno de esos camareros vestidos de monje trapense.
La realidad es que fui el único de todo el grupo que no se lo pasó bien esa noche. Así que como en esta vida a veces se gana y otras se aprende, saqué dos conclusiones valiosísimas de esa noche. La primera a elegir mejor a mis amistades —es broma— y la segunda que si hay gente para todo, pues que hay restaurantes para todo tipo de gente y para todo tipo de momentos.
A mi en MAB difícilmente me verán el pelo si no es apuntándome con una pistola, y aún así creo que preferiría morir. Pero dejemos que MAB exista y que exista la gente a la que le gusta y se lo pasa bien en este tipo de sitios, aunque mientan más que hablen y aseguren que todo el marisco es fresco. A 50 euros y pudiendo comer «hasta morir», mis huevos morenos.