Un total de 17 niños y niñas entusiasmados se embarcaron hace unas semanas en uno de los concursos culinarios más queridos de la televisión española. Tampoco es que haya muchos entre los que elegir, concursos de cocina digo, pero este no es el tema.
Lo dicho, que hace unas semanas empezó la nueva edición de Masterchef Junior, la octava nada más y nada menos. Y allí estaban casi sin parpadear, todo el grupete de niños y niñas que por el motivo que sea han decidido que la cocina es lo suyo, y oye, les hace ilusión estar ahí. O a sus padres, qué más da. Y como es lo suyo, han visto en este programa el perfecto trampolín para aprender a cocinar, a moverse entre fogones y a manejar cuchillos, ollas y sartenes en ocasiones más grandes que sus cabezas. O a simplemente divertirse, a hacer amigos o a salir en la tele, da igual.
La parte que quizás se les escapa a estos niños y niñas (que ojo, no tienen la culpa) es la otra parte quizás menos divertida de la cocina real: la de la competición, la del ego, la de la frustración, la del liderazgo, la de las críticas, buenas y malas, la del saber cocinar siendo fiel a tus principios, la del respeto a quien tienes enfrente. Y qué narices, la del machismo. Porque sí, ellos y ellas no se dan cuenta, pero su presencia en este tipo de programas está siendo una parte más de su educación y de su aprendizaje como niños y niñas, mucho más que como futuros cocineros y/o cocineras. Aunque todo esté mega guionizado, que lo está, pero aún así.
Por eso, ¿por qué no leemos entre líneas?, ¿cómo es posible que un programa de la televisión pública española sea capaz de remarcar tan claramente la diferencia entre un niño y una niña, y quedarse tan pancho?
La escena es la siguiente: llega el momento de la expulsión, y claro, se desata el llanto; tremendo drama el de este grupo de pequeños y pequeñas que ya se ha vuelto inseparable. Pero todo tiene arreglo; llega Pepe cual Papá Noel vestido de luto y les hace más llevadero el momento entregándole a los expulsados unos detallitos. A la pequeña Ariadna le da una chulísima máquina de coser, a Manu una videoconsola y a Iván, que le verían más de calle, un patinete eléctrico.
Pues ya estaría todo dicho, ¿no? Lamentable, y más cuando al parecer ya la liaron con el asunto de los regalos en otras ediciones pasadas. ¿No habíamos superado ya lo de no distinguir entre el rosa y el azul a la hora de paginar los catálogos del Corte Inglés?, ¿no se incluían ya fotos de niños con delantal jugando a las cocinitas, y fotos de niñas con un balón de fútbol?
Lamentable escena. Lamentable lección educativa la de esta casa. Lamentable ejemplo de lucha contra la desigualdad de género, y me da igual que sea dentro o fuera de las cocinas. Al fin y al cabo, la gastronomía del mundo adulto todavía sigue luchando por conseguir que la mujer tenga una mayor presencia y sobre todo un reconocimiento más justo, hasta el punto de encontrarse en la misma línea que el género masculino. Ni más arriba ni más abajo. Con lecciones como estas, que además se televisan en todo un país a través de un programa que ven miles de niños y niñas, el camino lo veo realmente crudo. Ya lo dije, ellas cocinan, ellos saborean.
Hubiera estado bien, qué sé yo, que al menos durante ese momento hubiera aparecido un rótulo advirtiendo aquello de: "*No hagan esto en casa. No den por hecho que a su niña le gusta coser, ni tampoco que a su niño le gustan los patinetes." No sé, ya sabes que no soy madre, pero esta lección me parece de primero de sesera universal.
Pero supongo que no todo es negativo en Masterchef Junior; también está la parte del entretenimiento, las bromas, la ilusión que les hace salir en la tele, lo que les encanta amasar una pizza. Y claro, las grandes e ilustradas lecciones de los jueces, tales como: que deben comer 5 piezas de fruta y verdura todos los días, que no es bueno abusar de los dulces, de los procesados ni del fastfood, que no se deben desperdiciar los alimentos, que los comedores sociales esto y que el trabajo en equipo aquello, etc.
Nada, juniors y juniars, vamos a quedarnos con esto, en la superficie. Total, la máquina de coser, el patinete y la consola es lo de menos. Aquí se viene a aprender, a cocinar.