Ayer escuché una frase de esas que en mitad de una pandemia ya agotadora, está bien tener presente. Yo me la he puesto en la puerta de la nevera, al lado de todo lo importante (los imanes de mis viajes, la dieta de no se sabe quién ni cuándo, un dibujo de mi sobrino y el calendario lunar del 2021). A lo que iba, la frase, que dice así: "El miedo no detiene la muerte, detiene la vida".
Potente verdad, ¿no crees? En mi caso, esta frase me resuena en todos sus términos. Miedo, vida y muerte. También rabia, impotencia y verde esperanza. Una maldita montaña rusa de emociones difícil de digerir, la verdad.
¿Qué hacer con todo esto? La clave, diría yo, está en saber que tú no eres tus pensamientos, sino un mero espectador de ellos; en ser consciente de que todo lo que piensas o sientes en este momento no te define, ni a ti ni a la realidad de lo que está pasando. Que nadie más que tú tiene el poder de decidir qué y cómo pensar. Porque los meses van pasando, y a lo tonto llevamos ya casi un año limitándonos a sobrevivir, paranoicos, perdidos, tristes, anti sociales, envenenados, enmascarados, desinformados, desnutridos de optimismo. De vida. Llenos de pesimismo, de muerte.
En el sector de la hostelería, este miedo se ha traducido en un cambio de paradigma brutal, sin embargo. El boom del 'delivery', la digitalización de muchos restaurantes que buscan aumentar la tranquilidad del comensal a través del 'contactless', o el crecimiento de muchos pequeños negocios dedicados en exclusiva a la venta de comida local, pensando en pequeño, a veces se llega a lo más grande.
Esto es, pensar en vida y no en muerte. Como también lo es pensar que, una vez pase la tormenta y conforme vaya avanzando el 2021, los restaurantes volverán a convertirse en nuestro fiel refugio; el lugar donde tú y yo acudiremos para recuperar nuestra capacidad para socializar, nuestras relaciones personales, nuestras costumbres y momentos de vida ahora mismo en peligro de extinción.
Pues como resulta que el miedo no detiene la muerte (nadie la puede detener, y llegará cómo y cuándo tenga que llegar), no dejemos que lo haga con la vida. Elige, como mero espectador de tus pensamientos, si todo lo que dices y haces va en pro y no en contra.
¿Meditamos? Te propongo un ejercicio muy sencillo: cada día, dedica unos minutos a observar el cielo. Percibe si está despejado o si está cargado de nubarrones; si estas nubes se mueven o si permanecen quietas; también su color, su textura y su grosor... Vale, imagina ahora que ese cielo es tu mente y que las nubes son tus pensamientos. Trata de despejar tu mente (cielo) para que se vuelva completamente azul, imaginando que las nubes (tus pensamientos) se marchan, pasando de izquierda a derecha sin dejar rastro. Si no puedes, si las nubes siguen ahí, simplemente déjalas tal como están, acéptalas y, si puedes, cámbialas de color para que se vuelvan blancas. Aunque tapen el sol, éste sigue ahí; el cielo azul sigue ahí.
Prueba a hacer esto como una rutina cada día, unos minutos, y ya me cuentas. En cualquier caso, como decía, el final será feliz. Nos veremos en los bares, en nuestro refugio, donde todo vuelve a la normalidad, donde siempre se crea, se come, se sirve y se comparte vida.