Michelín, Michelín, tienes nombre de rueda. Sin embargo, para muchos en España, hoy, más bien pudiera nombrar a la Tiara de la Rodrigo o al Roscón de Reyes con sorpresa incluida, porque es en el mundillo gastró donde la marca rueda de boca en boca como una loca.
Es la Rueda de la Fortuna que lleva toda la nueva temporada girando sin parar a pesar de los pesares de la COVID y los abandonos a mitad de carrera por el continuo desgaste neumático que la dureza y crueldad de este circuito pandémico está forzando. Unos pocos no han podido aguantar las gomas y se han salido de pista. Tragedia.
Pero el Gran Prix debe continuar porque el mundo sigue dando vueltas y la vida, por muy dolorida que esté, también. Afortunadamente para todos. Los humanos consumistas de hoy vivimos muy acelerados, todo va demasiado rápido, también en cuestiones alimentarias que cada día tienden más a la fast food; nuestras paradas en boxes para repostar duran cada vez menos porque eso ayuda a no perder el ritmo y a ganar una carrera que ya veremos a dónde nos lleva.
Sin embargo la Michelín, que sabe mucho de carreras, sabe también que la de la restauración es una carrera de fondo y como buen viejo diablo rojo que es apuesta por hacer stops durante nuestros viajes allá por donde la comida merezca la pena el desvío, la cocina sea pausada, el servicio cuidado y la parada reparadora. Michelín sabe que sin un regular afinamiento y un pulcro cuidado del hombre-máquina, los neumáticos terminarán no pudiendo mantener en pista la potencia sin control de la despendolada vida culinaria que vivimos.
Así que ahora toca, de nuevo, premiar a esas casas restauradoras que lo hacen bien y sirven de buen taller a nuestros maltrechos cuerpos vehiculares. En los mentideros de quienes siguen el circuito anual, sin embargo, esta vez suenan menos runrunes que en otros años, consecuencia, supongo, de que la Fórmula, uno, ha tenido que cambiar de life style y dos, ya no exige la presencia de los conductores ante el podio por lo que no tienen que ser preavisados ni se bañarán en champagne.
No surge así la irrefrenable necesidad que todos sienten de pisar a fondo para ir a contárselo a los copilotos, mecánicos o ingenieros, ni a cualquiera que tenga cualquier relación con la escudería o, simplemente, pasase por allí. Este año, pues, los secretos están mejor guardados que si estuvieran bajo las ruedas de repuesto. Con las gradas vacías, las porras y las apuestas se quedan en el cafelito mañanero y corre menos emoción y nervios que otras veces: no por eso dejará de haber sorpresas, y algunas, serán mayúsculas. Comme d´habitude.
Faltan ya muy pocas vueltas para meta y las trescientas sesenta y cinco que llevan encima han hecho mella en las maquinarias. Quienes se lleven el gato al agua, eufóricos cantarán aquello de "cuatro ruedas tiene mi coche…"; quienes pinchen y no lleguen a la meta sollozarán y enjugarán lágrimas y moquillos en la bandera a cuadros. La Michelín es así, nunca rueda a gusto de todos. Unos la amarán, otros la denostarán. Pero los mismos que hoy claman contra ella, quizás el próximo año, si alcanzan la pole, cambien sus roles con la facilidad que se cambia una rueda. ¡Ah, Michelín, Michelín, tienes nombre de mujer… fatal!