Todos amamos la comida porque disfrutamos gustativamente lo que tenemos en el plato; porque nos encanta que nuestro paladar pruebe y se deje sorprender por nuevos sabores; porque nos apasiona ir a restaurantes, compartir una mesa en buena compañía, o simplemente, entregarnos a ese plato favorito de nuestra infancia.
Vale, nos gusta comer, pero ¿significa todo esto que amemos realmente la comida? Si lo pensamos, puede que nada de esto sea amor verdadero si asumimos una realidad que muchas veces pasa desapercibida y que de no reconducirla, más temprano que tarde, nos dará una buena y merecida bofetada en la cara: el desperdicio alimentario.
Fuera romanticismos. Aquello de "no me quieras tanto y quiéreme mejor". ¿Qué forma es esa de amar la comida si cada día dejamos que tantísimos alimentos se pudran en la nevera?, ¿qué clase de amor es ese que hace que, tanto en nuestros hogares como en restaurantes, supermercados, celebraciones, negocios de hostelería, procesos de producción y comercialización... se descarten, se tiren a la basura, se desechen y se desperdicien tantos alimentos, sin miramiento? Ni una lagrimita, ni el gesto se nos tuerce. Nada de esto es amor.
Nos encanta la comida, pero no la cuidamos en absoluto, ni la respetamos. Según un informe del 'Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente', el 17% de alimentos que se producen en el mundo terminan en la basura. En 2019, más de 930 millones de toneladas de alimentos en el mundo acabaron desperdiciándose. Y ojo, porque el mango de la sartén en todo este desastre lo tenemos nosotros, los consumidores, el ciudadano de a pie, porque resulta que cerca del 60% de todo ese desperdicio alimentario se localiza en los hogares. Pues eso, no me quieras tanto, y quiéreme mejor.
Nuestro país puede presumir y presume de contar con una riqueza gastronómica enorme; de una variedad y calidad alimentaria como pocas en el mundo; de un orgullo gastronómico -como ya he dicho otras veces- que se nos sale por las orejas, y que hace que, fuera de nuestras fronteras, nos pavoneemos por todo lo alto. Es así, y está genial, pero mientras no dejemos de tirar comida, y mientras no se cambien muchísimos de los procesos que rigen hoy en día el consumo de alimentos, de muy poquito amor podemos presumir.
Eso sí, parece que gracias al confinamiento, los consumidores tiramos menos comida a la basura, un 14%. Claro, todo muy lógico mientras éramos los mismos que vaciábamos a lo salvaje las estanterías de los supermercados. Ni me creo que todo el papel higiénico se gastara en esos meses, como tampoco me creo que toda la comida que se compró acabara en nuestros buches.
Pero aquello fue un paréntesis, supongo, y en nada cambia una realidad que, de no hacer algo, nos llevará a una situación cero sostenible. A un castigo -merecido, también te digo- por no amar y respetar a la comida como se merece.
Así que, pongamos nuestro granito de arena para intentar frenar este desastre; para que la montaña de mierda no sea tan grande. Granitos de arena como pueden ser: comprar solo los alimentos que necesitamos, amar también a esas frutas y verduras de aspecto "feo", tener en cuenta las fechas de caducidad, poner en práctica la cocina de aprovechamiento, apoyar a los productores locales y reconocer la labor de nuestros agricultores, adoptar dietas más sostenibles y saludables para nosotros y para el medio ambiente, saber qué comemos y de dónde viene lo que comemos, y educar sobre todo ello a los más pequeños de la casa.
Y todo esto, por cierto, me lleva a pensar en otro factor: la creatividad. De esto también presumimos mucho, y es curioso. Es curioso cómo cada vez presumimos de ser más creativos en la cocina (chefs con estrella y sin ella), nos encanta decir que nuestra cocina parte de la tradición y mejora gracias a la innovación, y a la puesta en práctica de técnicas y elaboraciones culinarias que un día nos harán hasta volar.
Pero, ¿no crees que el desperdicio alimentario es, precisamente, el resultado de una falta de creatividad enorme? Si realmente fuéramos tan creativos, no se tiraría ni un ápice de lo que tenemos en la nevera. ¿Acaso no eran mucho más creativas nuestras madres y abuelas cuando de tan poco sacaban tanto y tan bueno? Ellas se las ingeniaban como fuera necesario para no desperdiciar ni un gramo de lo que ese mismo día habían comprado, que también era lo justo y necesario. Todo lo que había en el plato se comía, se estiraba y se recreaba para una familia entera; toda la comida se aprovechaba. Y eso, tal y como yo lo veo, sí es amar la comida.