Piensen en una imponente y céntrica plaza de una gran capital europea. Los locales, que se pagan a precio de oro, están llenos a rebosar. No es cosa de fines de semana; el llenazo ya es un clásico cualquier día de la semana. Hay personas a todas horas. Personas a las que no les importa rascarse el bolsillo y pagar cinco euros por un café con leche o veintidós por un combinado. Personas a las que todo les vale con tal de formar parte de ese ambiente festivo donde el ver y ser visto es condición sine-qua-non para sentirse integradas. Eso sí, personas que jamás gastarían ocho euros por media copa de vino en el mejor bar de vinos de Europa si este está vacío.
Y a las pruebas me remito: el bar de vinos de la emblemática plaza es muy cool, en clara sintonía decorativa con los espacios colindantes, pero tiene 'un no sé qué, qué sé yo' que ni atrae al transeúnte ni engancha al peregrino de la zona.
Esta tierra nuestra, prolífica en producción de vinos, no acepta fácilmente un bar donde el protagonismo recae en el elixir de Baco. Sí, en cambio, acepta de buen grado aquellos restaurantes donde hay una nutrida y atractiva carta de vinos.
Se podrían contar innumerables bares de vinos que han abierto y cerrado en los últimos años. Sin haber llegado a triunfar, acabaron sucumbiendo al cierre. Todos ellos (o casi todos, perdonen si hay algún atisbo de ignorancia) situados en locales pequeños, y con los sueños de los emprendedores borrados de un plumazo.
Visto lo visto, apostar por un gran local en una plaza monumental se hace un tanto temerario. Un local, recordemos, con la decoración del momento, probablemente puesta en marcha por alguna de las firmas de interioristas más codiciadas. ¿Cómo sobrevivir, pues, al precio de la localización, al pago de la puesta a punto y al mantenimiento de un ejército formado por profesionales titulados y experimentados?
Para que podamos considerar algo como lo mejor, en mi opinión tienen que cumplirse, al menos, tres premisas. A saber: que su oferta sea buena, que el servicio esté a la altura y que tenga el éxito suficiente para ser sostenible. La última condición, pensarán, está en manos del azar. Pero yo les digo: tendremos el éxito más cercano si para abrir algo de estas dimensiones, sabemos crear unas buenas expectativas. También, añado, detectar si el público lo requiere en la localización, concepto y forma.
No parece ser este país para vinos, aunque, a lo mejor, de lo que se trata es de dar con la clave para que lo sea.