Lo reconozco. Hay cosas que no dejan de sorprenderme. Informaciones justitas, medias verdades, ocultación de datos, o atribuciones erróneas a ciertos hechos. Muchas veces la (no) información viene dada por la empresa, el restaurante, el cocinero, el productor o el protagonista que se tercie. Aunque otras veces, es el propio comunicador quien la interpreta a su antojo. Sea por uno u otro motivo, ¿cuándo desapareció de muchos escribidores el espíritu crítico? ¿En qué momento los periodistas empezamos a dar por válida cualquier información sin necesidad de contrastarla? ¿En qué momento comenzó nuestra interpretación de los hechos a estar por encima de los propios hechos?
Es evidente que el periodismo está en crisis. No solo el político. El descreimiento generalizado por parte del público hacia este, también se extiende a otras áreas periodísticas, a priori, poco controvertidas como es la gastronómica. ¿Y por qué sucede?
En el primer párrafo apuntaba, no solo al emisor de la información, sino al periodista que la transmite. Y eso lo llevo viendo hace mucho tiempo, pero aún con más fuerza en la era COVID-19, en la que cualquier percance, cualquier cierre, cualquier concurso de acreedores y cualquier ‘partir peras’ entre socios se atribuye al maldito coronavirus.
Y no, no todo el monte es pandemia.
Dejando la enfermedad mundial a un lado…, el descreimiento viene de lejos. Mal que nos pese, hay, en ciertas ocasiones, intereses creados. No voy a negar que, si un productor, un cocinero, un restaurador o un bodeguero me resultan creíbles, su trabajo me admira, y como personas me conquistan, intento apoyarles por todos los medios posibles. Medios que incluyen la difusión de su trabajo en todos mis canales de comunicación, y en gastar más o menos dinero en sus negocios. Pero ha de haber un mínimo de dignidad y de recordar que somos periodistas o comunicadores, y nos debemos al lector, al televidente o al oyente siempre. Y cuando nos saltamos esta regla, es cuando restamos credibilidad a nuestro mensaje. Porque no nos engañemos, la audiencia puede ser tonta un día, pero cuando se la das con queso continuamente, tu testimonio, tu palabra, tu crónica pierde todo valor. Así de claro. La honestidad es (o debería ser) clave de nuestra profesión y hay que mantenerla para conectar con la sociedad y difundir una cultura gastronómica real, no basada en los intereses de turno. Ante una hoja en blanco, ante unas preguntas por hacer, ante unas imágenes por filmar debe primar siempre el derecho a la información veraz que tienen las personas a las que va a ir destinado nuestro mensaje. Debemos informar para que la audiencia pueda formarse su propio criterio. En ello nos va la integridad como profesionales y, lo que es más importante, como personas.