Ayer mi hijo Nil me vio en un vídeo decir que, si no hay más mujeres en la élite de la restauración, es porque no les da la gana. Y lo cierto es que lo pensaba, incluso me resistía a dejar de hacerlo. Argumentaba yo en la creencia de que ellas prefieren otro tipo de vida, y no gastar múltiples horas de su existencia en busca de un reconocimiento sin garantía de alcanzarlo. Mi opinión se sostenía en que el trabajo les gusta, pero no tanto como para sacrificar otras parcelas de su vida. «¡Las mujeres son así!», me decía, «y, por supuesto, son igual de buenas o malas que un hombre cocinero». Como le oí decir recientemente a Silvia García, jefa de sumillería en el Mandarin Oriental Ritz: «El talento no es cuestión de sexo, sí de oportunidades».
«¿Por qué no hay más mujeres jugando al fútbol?», me preguntó Nil. «Obvio, porque no les gusta tanto», argumenté. «¿Y jugando a videojuegos?», insistió. «Mira, Nil», le dije, «porque a las chicas no les va tanto. Somos y debemos ser iguales en derechos y deberes, pero somos diferentes». Acto seguido, ¡menudo repaso me dio el niñato!
«Eso no es una razón, porque el que no les guste tanto responde a unos cánones de la sociedad configurados desde antaño por el patriarcado. Solo hay dos cosas que configuran el carácter: la biología y el ambiente». En resumen, mi hijo cree que el gusto y/o las decisiones de las personas responden a una cuestión cultural o ambiental, como queramos llamarlo, y esa cultura nuestra siempre ha estado dominada por el patriarcado. Vamos, que mujeres y hombres, en general, tendemos a hacer lo que se espera de nosotros, porque ese es el pensamiento que nos han inoculado, y no lo que realmente queremos. Es decir, asumimos como propios ciertos gustos y deseos circulantes.
Mi hijo me insistía, «Mamá, usa la razón», y cómo no, atinaba en sus reflexiones, no sin estar exento de la prepotencia que él mismo ha heredado de ese patriarcado del que abomina.
Por todo ello, cualquier medida que busque la conciliación familiar en todos los sectores -también en la hostelería-, y que no haga distinciones entre sexos, es la manera más efectiva de ir dejando atrás los coletazos de dragón gigante que aún siguen haciendo tanto ruido en la sociedad actual. Porque negar un problema no hace que este desaparezca, solo consigue autoengañarnos.
Y si algún día llegamos a la igualdad real, dejaremos de cuestionarnos por qué hay menos mujeres cocineras en la élite ya que esta pregunta -y su consiguiente respuesta-carecerán de todo sentido.