Paseaba ayer tarde camino del gin&tonic previo a la cena, cuando a la par de nuestro paso y parejo a él caminaba un corpulento, voluminoso y desgarbado chaval. Conectado a su móvil por auriculares, mantenía conversación cuya parte propia venía a decir: "(…) yo (recalcado enfáticamente) he estado mirando e investigando y he encontrado una receta original, sí tío, original, de un risotto vegetariano brutal, no tiene nada de carne, tío, nada, una pasada… no, no la he hecho pero tiene una pinta… a que es genial…". Su alejamiento hizo que hasta ahí pudiera oír, aunque el eco de sus palabras siguieran rondando mis entendederas el lapso justo de tiempo hasta que el primer largo trago del combinado de gin entrara en mi ávida garganta.
Hoy hago la precisa cábala dubitativa de aquello.
Puede que este buen muchacho sea un monstruo de las galletas de la gastronomía, un estudioso profundo de la culinaria con cierto y verdadero interés en ella. Un cocinero o gastrónomo en ciernes, incluso un crítico gastronómico del futuro que venga a paliar su escasez actual; o un buen y simple aficionado interesado que se está formando en esta disciplina disciplinadamente. Sí así fuere, bendita ilusión, resultaría que estamos avanzando y mejorando nuestro estatus medio en el amor y conocimiento de la materia, lo cual sería un logro de un par de buenos huevos fritos. Aleluya hermanos.
También pudiera ser que esa conversación no fuera más allá del desarrollo del proceso de futbolización, según yo lo denomino, que vive nuestra gastronomía impulsado por los medios de masas y los dineros con los que engordan unos pocos. Por el énfasis en el "yo" del que hizo gala el joven, por la auto calificación de "investigación" que dio a su quehacer, por la repetición del calificativo "original", por la importancia dada a la ausencia de carne, por el hecho de que hablaba de ello con entusiasmo sin haber llevado la receta a la práctica y, por lo tanto, sin haberlo probado, por todo eso y por mi intuición resabiada y maloláctica, me temo que se trataba de un caso más de esa idiocia gastró que nos invade, de esa ignorancia osada que hace que, como en el fútbol, tódios sea un sabi-hondo coquinario y un beodo de la teoría y un televidente tumbaollas y un recitador de memoria del listado de los reyes godos de la Michelin e incluso de la Repsol y un experto en los ránquines de restaurantes de moda o de las ensaladillas o bravas top of the pops. Porque, al fin y al cabo, hablar, saber o criticar sobre el comer todo es empezar.
Quizás el idiota sea yo y esté muy equivocado, y ejemplos como éste solo denoten el excelente estado de la gastronomía española y su cuajo en nuestra sociedad, el amor por ella que he aprendido en nuestra población y el engorde de conocimientos y formación que está siendo capaz de engullir a platos llenos y digerir sin que arda su estómago. O la gente se esté hinchando de almax y prazoles y yo no me haya dado cuenta. Sí, probablemente el mejor idiota del mundo… sea yo.