La primera vez que oí hablar de Rafael Chirbes fue a un escritor gastronómico alemán y es que quien fuera una de las voces de la gastronomía española durante más de 20 años, era mucho más popular en Alemania que en España.
Repasando sus trabajos se ve rápidamente la relevancia que la gastronomía tenía en su obra y en su pensamiento. Sin embargo, todos estos años "los gastrónomos" —como los denomina el propio escritor en sus memorias— no han cesado de citar a Néstor Luján, Xavier Domingo y Manuel Vázquez Montalbán y su trío de referentes en literatura gastronómica: La casa de Lúculo de Julio Camba, Lo que hemos comido de Josep Pla y La cocina cristiana de Occidente de Álvaro Cunqueiro, pero ¿por qué nunca citaron Mediterráneos o El viajero sedentario de Chirbes?
Al llegar a Madrid, después de trabajar en Marruecos como profesor, Chirbes inaugura su relación con Vinoselección, editora de la revista Sobremesa en la que fue redactor, redactor jefe, director, asesor de dirección y colaborador entre 1984 y 2007. De los reportajes publicados en esta revista y una vez reescritos compone dos libros: Mediterráneos (1997) y El viajero sedentario (2004), que para mí son fundamentales en el aprendizaje de la crónica gastronómica y de viajes.
Aunque Chirbes publicó su primera novela en 1988 (Mimoun) (una de mis favoritas), su nombre no se popularizó entre los lectores hasta 2007 por Crematorio, obra en la que el autor valenciano borda un demoledor retrato de la sociedad del pelotazo que ha ido destrozando la costa mediterránea y que fue adaptada con éxito a serie televisiva en 2011. Entre sus líneas además de maestría literaria, hay sabiduría gastronómica.
Seis años después publica En la Orilla (2013) en la que introduce un crítico gastronómico que encarna al trepa y caradura. Releo la novela y no dejo de pensar que quizás se inspiró en V.S., crítico real del que habla en sus Diarios. A ratos perdidos 1 y 2 de quien dice que le irritaba porque solo hablaba de "sacar dinero con una cosa y con otra, y de comer gratis".
Cuando Chirbes escribe para Sobremesa despliega literatura y habla de ciudades y lugares desde las emociones. Cuando escribe novela, la sensibilidad gastronómica es herramienta para exponer sus pensamientos.
Me conmueve leer en sus Diarios el miedo que siente a escribir un artículo para Sobremesa. Ese miedo compartido de exigirse a uno y a una misma escribir una pieza buscando nombrar lo nunca nombrado.
El escritor se exige y sufre por el silencio de las novelas no escritas y los artículos pendientes. Textos que merecen la pena ser escritos con más detenimiento o atención y que nunca llegan a ser más que intenciones. Por eso, asegura que El viajero sedentario está lleno de ausencias.
Recojo otro de sus pensamientos expuesto en una entrevista y que considero inspirador para el trabajo del periodista y escritor gastronómico:
Saber que en cada cuchara que comemos hay un esfuerzo humano que es necesario respetar, y distinguir lo que es bueno, lo honesto, lo que está bien hecho, y separarlo de lo malo, de la estafa es importante en la formación moral de nuestro tiempo. Y nos ayuda a la rebelión contra el dominio de los grandes imperios de la alimentación, de las multinacionales. Estos gigantes productores de basura destructiva.
En el número 200 de la revista Sobremesa Chirbes publicó "Escribir la comida", una mirada que considero actual por la comprensión de lo multidisciplinar de la escritura gastronómica en la que cabe historia, política, economía. Así lo explica:
Es poner lo más privado en relación con lo público, porque, en la comida, como en cualquier otra actividad, lo público —esos grandes movimientos de la cultura y el comercio— se introducen sigilosa o convulsamente en lo más íntimo (…). La receta materna es la historia del comercio mundial metida en un plato.
Magistral. Y, sin embargo, nunca escuché hablar de Rafael Chirbes. Nadie lo citó en sus artículos y columnas de opinión, nadie lo nombró en todas esas ferias, congresos, encuentros, diálogos y debates.