Les debo una disculpa. Les he hecho creer que soy periodista gastronómico y no es cierto. Lo siento. Solo soy periodista. Como dice mi bio —que se dice ahora— soy periodista porque siempre quise contar historias, después, como todo el mundo, hago lo que puedo. Jamás quise ser otra cosa. También sé que no soy un periodista excepcional, tampoco lo he pretendido nunca. Escribir me da la vida y eso es todo. Pero no soy, ni me considero periodista gastronómico. Así que, perdón.
Sí que es cierto que escribo de gastronomía, que he escrito en el pasado, y que si Dios no lo remedia lo seguiré haciendo. Pero eso no me convierte necesaria y obligatoriamente en periodista gastronómico. En primer lugar, porque lo hago desde el más absoluto amateurismo, en el sentido más literal del término, el de aquel que ama una cosa. Me gusta la comida, comer y todo lo que lo envuelve. Entonces, ¿soy un foodie? Creo que no, pero a estas alturas pónganme las etiquetas que quieran, que me la suda bastante. Ya somos mayorcitos. Y en segundo lugar, porque no me considero como tal. Y este es un argumento bastante definitivo, creo yo.
Así que a los auténticos periodistas gastronómicos, sobre todo a aquellos de los que sé que no soy santo de su devoción, tranquilos majetes. No soy uno de los vuestros y si algún día quise serlo —que no digo yo que no fuera así—, os aseguro que ya no. También os digo que conoceros a algunos de vosotros me ha curado. No perdáis el tiempo conmigo, de verdad. No hace falta. Soy nadie en este mundo, solo un disfrutón que escribe… y que tiene su opinión, claro. Que no sea esto lo que os molesta. En todo caso, me da igual que me da lo mismo.
Y efectivamente, quise ser periodista porque me gusta contar historias. La actualidad, las noticias, las exclusivas me aburren hasta la náusea. Yo quise ser periodista después de leer, en Cabeza de turco, como Günter Wallraff explicaba cuáles eran las condiciones de trabajo en un McDonald's o en una granja. O de leer A sangre fría de Truman Capote, Diario de un náufrago y Noticia de un secuestro de Gabriel García Márquez o El motel del voyeur, de Gay Talese.
Evidentemente no he logrado acercarme ni a la suela de los zapatos ni a Capote, ni a Wallraff, ni a Talese ni mucho menos a mi admirado García Márquez. ¿Quién puede? Pocos, por no decir nadie.
Así las cosas, no puedo dejar de preguntarme, por qué en el periodismo gastronómico se cuentan tan pocas historias y por qué se asumen tan pocos riesgos tanto en formatos como en contenidos. A ver, en el fondo, la que acabo de formular es una pregunta retórica. La respuesta es fácil. En un mundo altamente digitalizado —la comunicación también— y tan dependiente económicamente del posicionamiento de los algoritmos, todo tiene que ser SEO friendly, lo que descarta algorítmicamente determinadas cosas. El resultado, la uniformidad.
No hay ni un solo medio gastro que, en el fondo, no sea exactamente igual a otro medio gastro. Un coñazo. No hay un solo periodista gastro, de esos de toda la vida, que no sea exactamente igual a cualquier otro periodista gastro. Y los que tratan de ser distintos, de contar cosas diferentes y de hacerlo de una forma original, se ven obligados a orillar los márgenes y permanecer en la semiclandestinidad, sin el protagonismo que merecen.
Y con estas, a ustedes que consumen contenidos gastronómicos como posesos, yo les pregunto: ¿No están hasta las narices de leer siempre lo mismo en todas partes? El mismo tipo de fotos rollo porn food, las mismas recetas, el mismo rollo macabeo cuando llega Navidad, Semana Santa o el verano. Las mismas caras, los mismos cocineros, los mismos vinos, los mismos restaurantes, listas, consejos para que no se pegue el arroz…
De nuevo todas estas son cuitas retóricas. La respuesta es que no. Los números, las audiencias, dicen que están ustedes encantados de la vida. Pero es que tampoco tienen ustedes otro remedio. Aquel que quiera leer algo distinto, sencillamente tiene que ir rastreando autores aquí y allí —es lo que hago yo—, porque no hay nadie que ofrezca, en conjunto, un contenido distinto.
Y si damos por bueno aquello de que cada oferta crea su propia demanda, pues no lo entiendo. Si hay adictos es porque alguien les ofrece coca. ¿De verdad no hay un editor valiente —y millonario— dispuesto a hacer aquí una Lucky Peach, por poner un ejemplo?
Alguna vez que he hablado con algún editor de todo esto, la respuesta ha sido la esperada: «Si tanto sabes, hazlo tú». Pues lo he intentado dos veces y he fracasado las dos.
Yo solo soy periodista y vivo y muero por contar historias. Y como el joven novillero —vaya mierda de símil acabo de escribir— solo busco a un empresario que me dé la oportunidad. Ah, y tampoco soy millonario. Pero lo intenté. Ahí fuera, hay miles de historias por contar.