El título que encabeza este artículo es una frase que pronunció hace ya unos años Jordi Pujol, presidente de la Generalitat de Catalunya durante más de dos décadas. Pujol, un hombre que vivía instalado entre la queja y la autocomplacencia, lo dijo en referencia a lo que él consideraba que era el enésimo engaño de España hacia los catalanes y ayer, tras la gala de las estrellas Michelin, bien la hubieron podido pronunciar, y con razón, bastantes restaurantes que debieron ver con asombro como un local que lleva solo seis meses abierto recibía dos estrellas de golpe.
Un restaurante, además, propiedad de un cocinero que, como quién dice, hace tres días que renunció a las tres estrellas una semana después de que se las hubieran concedido. Pues eso. Se nos mean en la cara y dicen que llueve. Yo no he estado en Smoked Room y por tanto no sé si se merece una, dos, tres o todo el firmamento. Sí he leído que se ha llevado bastantes palos, lo cual no quiere decir nada, obviamente, que ya sabemos que los clientes somos caprichosos, sobre todo si nos cobran un buen dinero por papear.
Y me dirán que bueno, que es un gesto con el que Michelin ha querido demostrar que no le guarda rencor a Dani García. Pues estupendo, pero con una estrella, un bib o una llamadita de teléfono para quedar y tomarse unas copas el gesto es el mismo y el mensaje para el resto muy distinto.
Además una guía no se puede hacer en base a gestos, sino en función de criterios claros y que se apliquen a todos por un igual. Las reglas deben estar claras. Obviamente, Michelin tiene todo el derecho a decidir sus propios criterios y reglas. Ahí no me voy a meter.
El problema es cuando los criterios, los que sean insisto, se sustituyen por gestos y golpes de efecto. Hace tiempo que la madre de todas las guías juega a eso, a descolocar a propios y a extraños. Alguien me decía que, en los tiempos que corren, esto no era más que una estrategia premeditada de Michelin para suscitar interés.
Decía –mi interlocutor- que si el reparto de distinciones se rigiera por unos criterios más o menos lógicos y año tras año los resultados fueran los esperados, esos que todo el mundo pone en sus quinielas, pues la cosa sería menos «emocionante», despertaría mucho menos interés y por tanto la repercusión para el vendedor de neumáticos también sería menor.
Así pues, parece que la idea es convertir a la guía roja en un reality, con sus giros de guión y tal y cual. Como si no tuviéramos suficiente con MasterChef, sinceramente. Pues qué quieran que les diga. Después de los veinte meses tan duros que lleva la restauración, me parece que no era el momento para según qué inventos, y que la cara que se les debió quedar ayer a algunos de los que han aguantado, como buenamente han podido, durante este tiempo al ver que se reconocía a Smoked Room debió ser para verla.
Otro sí. Saben ustedes que servidor es catalán y saben, también, que ayer a los restaurantes catalanes no les fue nada bien. El botín fue tan exiguo como una única estrella para el Atempo de Jordi Cruz, que como mínimo esta vez no tuvo que soltar lágrimas de cocodrilo para que se la dieran. Ese bochorno sí nos lo hemos ahorrado.
No quiero caer el patrioterismo ni en el victimismo. Todo lo contrario. Creo que lo que sucedió anoche debe ser un toque de atención muy serio no tanto para los cocineros catalanes como para la Acadèmia Catalana de la Gastronomia y para parte de la prensa gastronómica de Catalunya.
Mientras las academias de València, Andalucía o Madrid han hecho un trabajo de lobby admirable de promoción y apoyo a su restauración, la catalana ni está ni –ya se lo digo yo- se la espera. Es lo que sucede cuando no eres más que un club de gente rica que va a lo que va, pero a la que la gastronomía le importa –directamente- una higa. Urge que sus responsables tomen conciencia del papel que tienen y lo ejerzan o bien se hace absolutamente necesaria una refundación.
Y en cuanto a la prensa, un poco más de lo mismo. O somos capaces de ver y hablar de muchas más casas más allá de los habituales o cuando algunas de estas cierran, parece que el panorama restaurantil catalán es un erial y sucede lo que sucede. Luego todo son lamentos a la pujoliana manera.