«Pues yo opino sobre el amor, que este pavo está muy bueno».
“Él”, Luis Buñuel
Lo dejamos en que decía Arsuaga que la gastronomía es el erotismo en la alimentación. Así, era de esperar que en los extraños intervalos de hambre y saciedad llegara el #foodporn, que no es otra cosa que una cámara que atestigua que otro va a comer -el yo en la pornografía rebota y se diluye-. 275 millones de imágenes en Instagram reproducen un mismo código compuesto de tanta carne como su réplica humana y, habitualmente, una carencia absoluta de guion. La pornografía nunca ha sido cuestión de historia, solo de inventario.
Sin embargo, alimentación y sexo pueden ser cobijo para la poesía. La veo en el bol de noodles de In the mood for love (Wong Kar-wai) en el que unos sencillos hilos de pasta custodian el espacio entre dos cuerpos que (no) hacen el amor. La veo en el fuego ante el que cocinan las mujeres de ese prodigioso Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma, o en el huevo pasado por agua en el que Tristana moja el pan en la película de Luis Buñuel. Resuena un pálpito. Algo florece.
Y algo se marchita en la literalidad del melocotón a través del que un amante se entrega íntegro a otro en Call Me By Your Name de Luca Guadagnino, en la ostra de Tampopo, en, sin duda, la detestable mantequilla de Último tango en París. «El erotómano se diferencia del pornógrafo por ser indirecto y por dar rodeos. Ama las distancias escénicas, se conforma con alusiones en lugar de exponer directamente el tema», determina el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro La salvación de lo bello: «Ama las distancias escénicas».
¿Es pornografía, entonces, la escena de apertura de Eat Drink Man Woman de Ang Lee? Despluma, eviscera, corta, rellena. Los animales muertos, ahora alimento, llenan la pantalla. Prende, cuece, vierte, saltea. Nada escapa de la cámara. Nada se presta a la imaginación. Sin embargo, al alimento se le adhieren significados en las manos del hombre que dirige su transmutación. No hay inventario: hay diccionario. Y se multiplica cuando llega a la mesa.
Al #foodporn no le van los desvíos. Siempre opta por el atajo. Si ya es fugaz el acto de comer, igual de fugaz que devorarse el uno al otro, ¿por qué renunciar a la demora, que es gozosa y subversiva? «Los placeres que no duran, duran antes», afirma Martín Caparrós. Y es en lo que está por llegar donde habita el erotismo: el terreno para el descubrimiento y la metáfora. Para lo bello. También en la comida.