Siempre positivo, nunca negativo. La Navidad se avecinaba fuertecita, eso lo sabe hasta el apuntador. Las ganas de celebrar comiendo, o de comer celebrando (nunca me queda claro cuál es la forma más acertada de expresarlo), anunciaban un final de año a lo grande. A lo bestia, de fuegos artificiales. De brindis, de abrazos, de reuniones familiares donde el amor era mucho más fuerte que cualquier bichito. Es Navidad. Y como todo el mundo sabe, en Navidad no puede pasar nunca nada malo. Siempre positivo, nunca negativo.
Y así ha sido. Positivismo a mansalva, la mayor ola de positivismo jamás vista. Lo que se anunciaba se ha cumplido, y con creces. ¿Será que la magia de la Navidad se ha llevado por delante el sentido común de los humanos? ¿Será que el turrón y los mazapanes nos han idiotizado? ¿Será que las medidas de seguridad se han pasado por alto porque aquí lo importante era celebrar la Navidad? Sí, lo creo, pero ahora y antes de la pandemia. Porque esto ya es como una era, y está el antes y el después.
Y de nuevo, la gastronomía vuelve a ser el punto de mira en unas fechas en las que todo vale. ¿Qué ha pasado en las casas? ¿Se ha respetado el aforo? Espera, ¿había límite de aforo o eso ya no? ¿Cuántos test de antígenos te has hecho? Y en los restaurantes, ¿se han cumplido las medidas de seguridad? ¿Se han respetado los aforos máximos, la ventilación de las salas o la distancia de separación entre mesas? ¿Qué ha pasado con el pasaporte Covid? ¿En todos los casos se ha pedido, y no solo eso, se ha comprobado con DNI en mano? ¿Se ha hecho la vista gorda en algunos casos si la caja bien lo merecía? ¿Tienen derecho los no vacunados a quejarse (y a montar el numerito, incluso) por negarles el acceso a un restaurante, bar de tapas o sala de fiestas? Y los camareros, los currelas, ¿conocían y han puesto en práctica toda la normativa y el protocolo sanitario mientras servían y atendían mesas rebosantes de subidón navideño? ¿Daban abasto para saber quién sí y quién no iba al baño con la mascarilla puesta? En definitiva, ¿ha estado la hostelería a la altura de unas Navidades tan, paradójicamente, positivas?
Para todas y cada una de estas preguntas podríamos tener una respuesta, pero ni yo misma cuando las respondo tengo la certeza de saber qué narices ha sucedido. Nochebuena, Navidad, Nochevieja, año nuevo y el día de Reyes eran citas ineludibles para la gastronomía. La temporada alta de las grandes mesas, de las grandes reuniones, de los abrazos, tal y tal. La Navidad que merecemos, decía no sé qué anuncio de televisión. Deseábamos con todas nuestras fuerzas ser positivos, alejarnos de la negatividad y pensar que el cambio de año iba a suponer el fin de algo que nos pesa ya demasiado, como dos piedras gigantes atadas a nuestros tobillos.
Siempre positivos, nunca negativos. Puede que ahora esta frase invierta su sentido, o no. Según quieras tú interpretarla. Yo la dejo tal cual está, quiero ser positiva, más que nunca. Y sí, por cierto, pienso que la hostelería sí ha estado a la altura de todas las exigencias que se han cebado con ella antes, durante y después de la Navidad. Sin embargo, solo nos miramos el ombligo y solo buscamos culpables fuera cuando quizás no hay culpables, sino actos y decisiones individuales que, queramos o no, afectan al resto.
Porque vivimos en una sociedad hambrienta y sedienta, ahora más que nunca, de positivismo. Menos palitos por la nariz, por favor, y más sentido común para que al menos el año empiece con un mejor sabor de boca. En positivo de verdad.