Junto a los zapatos no habrá bultos abultados ni enormes cajas con lazos. Bajo el árbol solo sus hojitas verdes caídas. Planos sobres de colores colgarán junto a los adornos y lucecillas o se apilarán bajo las suelas. Reyes y Santa irán sobraos porque solo tendrán que hacer de carteros: sobres conteniendo cheques regalo de restaurantes es lo que está on fashion.
Al voraz consumismo de nuestra sociedad lo tenemos tan atiborrado de cosas que al pobre ya no le cabe más materiá, ná de ná. Por eso ahora nos ha dado por descosificar nuestro consumo añadiendo a todos esos productos comerciales la etiqueta cultural como nuevo valor añadido que renueve nuestro impulso de compra. La llamada "Cultura" viene usurpando cada vez mayor espacio a la hora de gastar y en ella "La Gastronomía" ocupa un lugar preeminente.
Ya no compramos simplemente, por poner un ejemplo, "cabrito malagueño", sino que con él en la cesta también compras un chute de vida en el campo, ecología, buena salud, la España vaciada, medioambiente, amor patrio o simpatía por Málaga/Andalucía y no se cuantas comidas de olla más. ¡Hala! ahí lo llevas.
A esto podemos añadirle aún mayor valor cultural si introducimos en la ecuación el factor restauración con el que del puro goce pasamos al duro placer y a su disfrute máximo sentados y servidos a la mesa de un buen restaurante. Así se multiplica el valor/coste económico del objeto de nuestra compra, porque lo que in extremis los consumidores nos llevamos es la "experiencia completa y auténtica": queremos vivir.
Estamos en plena época antropocénica del llamado "capitalismo cultural", que traslada el objeto de nuestro deseo consumista de las cosas a las experiencias. "No me regales un Rolex, amore, llévame al Hotel-Rte Atrio que acaban de darle la tercera estrella y así hacemos un completo".
Lo que nuestra hedonista sociedad nos incita a hacer para aumentar su mercantilismo insaciable es vendernos goce, que gastemos nuestros dineros en paquetes de vivencias placenteras. "No me regales pasta, papá pisha, págame un cenote maridao en Aponiente con mi pareja". Eso es lo que la juventud pide por Navidad mientras la infancia, en vez de inanes juguetes, mataría por participar en el evento de selección para Máster Chef Júnior.
No se trata pues de sacarle punta al lápiz de la utilidad de las cosas, de cosas con las que hacer algo concreto, vestirse o decorar; tampoco siquiera para el lucimiento personal ni como símbolo de tu posición social, tampoco es esa ya la búsqueda. Lo que buscamos y queremos es que nos den vidilla, deseamos vivir esas experiencias y llevárnoslas en nuestros cuerpos serranos. Nos hemos convertido en compradores de placer para nuestras vidas en un nuevo intento más por alcanzar la inalcanzable felicidad.
Pero… ¡que nos quiten lo bailao!