Leo en un informe en RTVE que el salario medio en España es de 2038 euros brutos, aunque el sueldo más frecuente se sitúa en los 1320 euros. Con ese dinero, un ciudadano corriente, antes de nada, tiene que pagar sus necesidades básicas. Y seguramente esas necesidades no son pagar 55 euros por comer o cenar en un restaurante. Cifra que, según voy observando, es la cantidad mínima que se paga en cualquier restaurante ‘medio’ de ciudad.
Restado el coste de las necesidades básicas a un salario frecuente, ¿qué puede quedar? Yo calculo que unos 300-400 euros al mes, siendo muy generosa. Si uno es un friki de los restaurantes, eso le da para ir a un máximo de cuatro al mes. Teniendo en cuenta que esa sea su única afición… ¿vale la pena compartir medias raciones de ensalada de pollo y de alcachofas salteadas, para finalizar compartiendo una entraña de 200 g con dos o tres patatitas de guarnición? Sumado a una botella de vino barato, la cuenta resultante es de 55 euros por persona. Y pasando hambre, no ese hambre que los ignaros creen que se pasa en un restaurante con menús gastronómicos. Sino el hambre que uno siente cuando la cantidad de alimento que ingiere no es la suficiente.
Como imaginarán, estas cifras están sacadas de una cuenta real, y con esas cifras la restauración no hará más que alejar de sus mesas al cliente que no pueda pagar con holgura 70-100 euros por cubierto, que es lo que necesitaría para quedar satisfecho. Ergo, esta restauración arrincona sin remedio al que no pertenece a una posición acomodada.
Y luego están los otros: los que dan sucedáneos y materia prima de medio pelo que imitan a los productos de primera pensando que así dan lustre al negocio y que el engaño les durará siempre.
La alta restauración es a la cocina lo que la alta costura a la moda, por tanto, sus elevados precios se sostienen por la exclusividad que suponen. Tengamos más o menos saneada nuestra cuenta corriente, si nuestra ilusión es visitar alguno de estos templos gastronómicos, bien podemos hacerlo destinando nuestros ahorros a ello. Pero que el gasto en ocio cotidiano sea en comidas o cenas en las que se pasa hambre, no haya una buena relación calidad precio y el producto deje mucho que desear, no puede ser más que la antesala de una crisis inminente del sector.
Y después nos quejaremos de los grupos de restauración en continuo crecimiento, que en algunos casos ofrecen comidas decentes a precios asumibles, pero ¡oh!, les quitan mercado a los restauradores más pequeños con tanto, tantísimo que ofrecer.
En conclusión: un restaurante a 50-60 euros con ingredientes cotidianos y técnicas habituales no es asequible ni accesible, y muchos harían bien en tenerlo en cuenta. No se construyen negocios sostenibles en el tiempo tomando el pelo. Y si no, a eso me remito, al tiempo.