Y es que tenemos mucho cuento de esos "urbis et orden" con los que colonizar hasta la España hoy vaciada, mañana quizás desertificada. Pero no se preocupen que ya hay gastrobisnesmen bajándose al moro a elegir jaimas. Esto no se acaba nunca. El capitalismo es ya vigilante y no se le escapa ni una.
Pero el caso es que el mundo rural existe y está ahí mismito. El buen campo está a tiro de piedra. Como por ejemplo a media hora de coche desde mi casa de Málaga. En este lugar tan malagueño como es la Axarquía. Allí desde to' su alto montañoso, hemos visitado Cútar, El Borge, Benamargosa y Comares y hemos frecuentado cortésmente a sus gentes.
Hemos emprendido los caminos del almendro y el olivar tan arraigados y nos hemos dado de bruces con los recientes paisajes del mango en altura y los aguacatales en bajura. Hemos arañado corpiños y ropajes por entre angostas tomateras agosteñas, hemos destripado terrones rebuscando los últimos pimientillos versicolor, mágicos pepinos o calabacines desflorados y recorrido las ramblas y cañadas de los ríos ahora secos que siempre dieron a la ya antigua estirpe axarqueña la vida: el Río de la Cueva, el Benamargosa, los de Almachar o Riogordo y otros más.
Y hemos paseado la pasa, pasando del peligro de la verticalidad de unos viñedos que han estado ahí siempre, hasta cuando no lo estuvieron por estúpido arranque a mano humana o por enfermizo castigo a divina mano.
Esos racimos de uva moscatel alejandrina son la viva y dulce alegría de toda viña y de todo paisaje axarqueño. Aunque también haga agridulce la vida de su paisanaje local, caminantes de terraplenes y vertiginosos vendimiadores in extremis, que allí el bancal no hace uso para siesta.
Nada ni nadie exige lo rocambolesco, ni siquiera cocinar pudiera llamarse al trato fácil e inmediato de lo que se tiene a mano. Si son los frescos huevos del vecino, hazlos a los tres minutos y sal corriendo. No pierdas más tiempo del necesario, que la lechosa vía láctea —esa que casi nunca ves y odia los industriales cereales— espera allá fuera impaciente de ser contemplada.
Esa recolecta de productos, la inmediatez, la sencillez, la nariz, la amabilidad, la panadería, la brisa, las vistas, lo callado, las estrellas y la luna de agosto, los gustos y sabores… y la altura de miras, le reconcilian a uno consigo mismo y con su mecanismo. Y te crees un gastrohumano.