La cocina doméstica de lunes a viernes -ya hemos hablado de ello- ha sido siempre femenina. Ellas han sido las encargadas de administrar, comprar y cocinar el sustento familiar. Luego, llega el fin de semana y nosotros ocupamos ese espacio en el que entramos como un elefante en una cacharrería para hacernos cargo de la barbacoa sabatina o de la paella dominical. Si además hay invitados, aún mejor. Y eso a pesar de que, como me decía una amiga, es más que probable que detrás de la compra y hasta de la mise en place siga habiendo una mujer.
Cuando cocinar tiene que ver con las tareas domésticas y el cuidado es femenino, cuando tiene que ver con la celebración y, sobre todo, el reconocimiento público, entonces es masculino. Y sí, ya sé: not all men. Pero al primero que diga que él cocina en casa y que cada día da las gracias a su pareja, madre o abuela por lo rica que estaba la cena, le parto la boca.
Así es fácil entender por qué mientras que la cocina ha sido una actividad que han llevado a cabo las mujeres, la mayoría de cocineros profesionales, y más si tenemos en cuenta a los de prestigio y relumbrón, son hombres. La cocina importante se cuece en femenino, la excepcional -que al parecer es la única que cuenta- en masculino.
En esta cocina excepcional también hay mujeres, claro, pero ni así se acepta que puedan estar a la misma altura que sus compañeros hombres en, pongamos por caso, los congresos gastronómicos. En el último Madridfusión solo hubo seis ponentes de un total de cuarenta y nueve que fueran mujeres -cinco cocineras y una experta en innovación digital- y no se sabe para cuándo tendremos una cabeza de cartel en tan magno acontecimiento. Que vale, que quizás los hombres no estemos preparados para la paridad, porque entonces habría que dejar a mucho mediocre fuera, pero una presencia femenina de poco más del 12%…
Y me dirán que muy bien, pero que también se hacen iniciativas y congresos exclusivamente dedicados a las cocineras, que ayudan a visibilizar a las que se dedican profesionalmente a dar de comer muy bien. Y me pondrán como ejemplo, quizás, Gastroféminas que se ha celebrado recientemente en Asturias. Pues bien, yo les diré que ¡y un cuerno!
En primer lugar porque no acabo de entender que la manera de visibilizar lo que sea y de promover la igualdad o la paridad sean el apartheid o los guetos. Más bien parece que este tipo de eventos lo que hacen es mandar el mensaje, alto y claro, de que incluso en la cocina excepcional existe una división entre la de los hombres, que mola mucho, y la de las mujeres, que mola algo menos, y a las que se relega a congresitos, como para que no digan que se las ningunea. ¡Y tanto que se las ningunea! No se vayan que aún hay más.
Y es que ni eso sabemos hacer los hombres. Todo congreso, desde los de médicos protésicos a los de fabricantes de tuercas almenadas, termina con un almuerzo o cena de aúpa. Se pueden imaginar que en los gastronómicos con más y justificado motivo eso es así. Además, suele ser el ágape importante, el que se reserva para que algún chef se luzca. Gastroféminas no fue una excepción y también tuvo su traca final. Y eso, pues que fue de traca, pero no por los motivos habituales. Se sirvió un buffet, como el aperitivo de una boda como si dijéramos, y todos los chefs que cocinaron tenían pene. ¿Cómo se les queda el cuerpo?
O sea, ¿llega el momento de clausurar un congreso «de apoyo a las actividades que redundan en la visibilización de la mujer en la hostelería y el sector primario» y hacemos esto? Y te interesas por cómo puede ser y te explican que durante el congreso todas las ponencias fueron de mujeres y todos los almuerzos y cenas servidas por cocineras. Así que para el último banquete alguien pensó que era una buena idea que los cocineros fueran todos hombres porque ellas debían estar muy cansadas o algo. Como un juego, como un mal chiste, como un «no te preocupes que hoy te cocino yo, chati».
Me cuesta imaginar nada más paternalista, condescendiente y machista. Es lo de siempre, lo que ya les he contado, sí, y algo más. Ese algo más es que en el congreso de marras lo de menos era la pátina femenina o feminista -porque solo era eso, una pátina-, y detrás de Gastro hubiera valido cualquier cosa con tal de pillar cacho. En este caso, los 250.000 euros aportados por el Gobierno asturiano. Tú pon Gastro lo que sea, y luego ya vemos.
Y esta es la otra. Se está produciendo una concentración de la comunicación gastronómica en unas únicas manos, porque eso es lo que son los congresos -conviene no olvidarlo- que, personalmente, no me gusta ni creo que sea buena. Ya sé que la lógica del mercado es la que es y que no entiende de nada que no sea negocio y beneficio, pero que un grupo de comunicación potente instrumentalice así según qué cosas, da dolor de alma.