Apoya a la hostelería. Pide en tu restaurante de siempre. Evita que muera. Ahora, más que nunca, te necesitamos. Contribuye con tu pedido.
Y así, el reguero sin final de mensajes efervescentes que amenazan con revertir el habitual '¿te lo vas a perder?' por un lúgubre '¿nos vas a dejar morir?'.
En una pirueta inesperada, pedir para cenar se ha convertido en una militancia sectorial, cimentación gremial, un salva lo local. ¡Pero si nosotros solo queríamos comer! Atiborrarnos. Matar el gusanillo. Apagar esta ansiedad. Un poco más de placer. Contradicciones: respaldar a los nuestros cayendo en las redes de plataformas que hacen con sus nudos sogas a lo próximo. Entre que resuelvo el dilema, una queja: qué frío ha llegado el pedido; esto no está igual que en el restaurante.
Podríamos caer todos en esta ensoñación, igualar la relación de fuerzas, sentirnos contribuyes para que un sector, vestido con medio traje de madera, pueda respirar. Un crowdfunding a domicilio. Nuestro aplauso gastronómico de las ocho.
Pero igual -es una advertencia a quienes tienen la tentación de verse rodeados de acólitos y palmaditas solidarias en la espalda- lo único que de verdad queremos es cenar. Simular los sabores de anteayer. Evadirnos. Disimular. A nosotros, que se nos fue el gusto en cuestión de meses, a los que nos volvió por verano para marcharse en invierno, lo que de verdad nos interpela es el placer propio.
Lo contrario, creer que con cada comida contribuimos al bote común, es falsear el rol del cliente (cargado, por sí mismo, de problemas y marrones domésticos) y desvirtuar el del restaurante. La tentación de lastimear. Solo un disimulo para la equivocación. Disimulemos juntos. El pedido de las nueve cuánto ayuda. Pero más que ayudar a tu restaurante favorito, confiesa, truhán, lo que haces es ayudarte a ti mismo. Un chantaje emocional no resuelto.
Tú, que solo querías cenar.