Leo que, Rocío y Pablo, los padres de una «familia vegana y normal» -tal y como ellos mismos se autodenominan- han iniciado una petición para que «los comedores de los centros públicos incorporen un menú 100% vegetal, sano y equilibrado». Pablo y Rocío entienden por comedores públicos los de los colegios, institutos y universidades, los de los hospitales, y los de las prisiones.
A veces el veganismo, o parte de él, aparece ante los ojos del mundo como un movimiento aún minoritario que aspira a la dominación mundial. Con todo, lo peor no es eso, claro, sino algunos discursos y métodos bastante discutibles y que pisan los derechos de muchas personas, como por ejemplo el de no aguantar turras que algunos no queremos soportar, básicamente porque tenemos tan claras nuestras opciones alimentarias -con sus bondades y sus defectos- como ellos las suyas.
No parece ser el caso de Rocío y Pablo, tan normales ellos, que no pretenden que solo se sirvan menús veganos, sino que estos sean una opción más. Dejando de lado que un menú sano y equilibrado también puede ser omnívoro, este matrimonio vegano eleva su petición al Congreso de los Diputados amparándose en motivos que «son eminentemente de corte ético e ideológico» como la conciencia medioambiental y la conciencia sobre el bienestar animal.
Además, justifican su petición recordando que el artículo 16 de la Constitución, esa que entre todos nos hemos dado, garantiza «la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades», siempre que no se vea alterado el orden público.
Hay que reconocer que son buenos, ¿eh? Aunque hay cosas que me huelen a cuerno quemado, como por ejemplo que Pablo y Rocío tengan montado un business con esto del veganismo, a base de canal de YouTube, podcasts y demás. O que no entiendo a cuento de qué aparece HEURA en su petición, una startup de productos veganos y proselitista de la causa, que últimamente está en todos los fregados. Pero, Rocío y Pablo, son buenos.
Y lo son porque no sitúan su reivindicación en el terreno del simple respeto a las opciones dietéticas, ni el de los derechos socioeconómicos como podría ser entender que los poderes públicos tendrían la obligación de asegurar, pongamos por caso, que todo ciudadano come caliente tres veces al día. Ni siquiera se focalizan en el plano de la salud, porque en el fondo saben -todos los veganos lo sabéis- que la dieta omnívora puede ser saludable si se hace bien, como saben que también hay veganos obesos. Además, a nuestro sistema inmunitario le gusta jugar a la ruleta rusa y cualquier alimento nos puede matar. Así que nuestros veganos familiares y normales saben que no pueden esgrimir el tema de la salud porque saldrían los alérgicos a lo que fuera a exigir qué hay de lo nuestro, y se les jodería el invento. Por otro lado, la reivindicación de que los menús en las escuelas y hospitales sean sanos y equilibrados es más vieja que el cagar sentado, así que…
Por eso, Rocío y Pablo se sitúan en el terreno de los derechos políticos, ideológicos y de conciencia. A ver, todos los derechos son políticos y todos apelan a nuestra carga ideológica y a nuestra conciencia, pero ustedes ya me entienden… Y eso, hay que reconocerlo, es un paso cualitativo para el veganismo, porque implica pasar del activismo a la política. Miren qué sucedió con el ecologismo cuando dejó de hacer sentadas delante de las centrales nucleares y empezó a organizarse en los primeros partidos verdes. Es verdad que aquí hace tiempo que existe el Partido Animalista, pero esta es la primera reivindicación claramente política que le escucho a los veganos.
Se han dado casos de padres musulmanes que han pedido menús halal para sus hijos en el comedor escolar. Incluso ha habido escuelas que han optado por servir carne halal a todos sus alumnos, y lo que ha sucedido es que los padres de niños musulmanes han protestado y dicho pero esto qué es.
Es obvio que lo que comemos define nuestra identidad y que nuestra identidad y nuestras creencias, más allá de la religión, determinan qué comemos. Si todas las creencias, mientras no alteren el orden público -como nos recuerdan Pablo y Rocío-, son dignas de respeto y merecedoras de protección por parte de las administraciones, ¿están estas obligadas a atender la petición de la familia vegana y normal?
Si la respuesta es sí, ¿hay que prepararse para atender los requerimientos dietéticos de judíos, budistas, de pastafarianos o de los respiracionistas? Ojocuidao que hablo de las instituciones públicas, que en nuestra casa todos hacemos lo que queremos. Los veganos, además, no se cansan de repetir que son el 10% de la población, casi 5 millones de personas. Los musulmanes, por ejemplo, poco más de 2.
Y sobre todo, ¿qué es derecho a la alimentación? Los gobiernos, ¿qué tienen que asegurar? ¿Que se respeta cualquier credo alimenticio por bobo que sea o asegurar, como decía más arriba, que todo el mundo tiene algo que llevarse a la boca? ¿Por qué jamás oigo a un vegano quejarse por la pobreza alimentaria? ¿Por qué para ellos siguen siendo más importantes los supuestos derechos de las vacas que los de las personas? ¿Por qué creen que son más importantes los derechos del 10% de la población que los del 90% restante?
Veganos, bienvenidos al apasionante mundo de la política.