Y llegó el día. La EFSA, la agencia europea que vela para que aquello que comemos no nos mate, o lo haga lo más lentamente posible, acaba de dar su primer dictamen favorable para que un insecto -las larvas del gusano amarillo de la harina (Tenebrio molitor)- se pueda comercializar y consumir en la Unión Europea, ya sea deshidratado como aperitivo o molido y en harina para elaborar otros productos.
Un caballo de batalla más para los veganos y los animalistas que imagino que tampoco estarán a favor de que nos los podamos comer. Pobrecitos, como nuestra voracidad siga por este camino, no van a dar abasto.
Solo falta el trámite final de autorización para que los europeos podamos incorporar -como hacen en otros lugares desde hace miles de años- los insectos a nuestra dieta, y decir aquello de «viscosos, pero sabrosos» que decía el facocero Pumba en El rey león, con la misma suficiencia con la que ahora pontificamos sobre la tersa textura de una merluza del Cantábrico.
De todos modos, permítanme que dude de que vayan a ser un éxito o como mínimo que lo sean así de saque. Una cosa es que legalmente algo esté permitido y otra muy distinta es que se despierte una fiebre de Finisterre a Tallin por zamparse ejemplares, que nunca llegarán a escarabajo, de este simpático bicho del orden de los coleópteros. Sí, el destino vital de estas larvas, si nadie se las come, es convertirse en escarabajos. Como ven, las cosas mejoran por momentos.
Para entendernos, hay quien piensa que si se legalizaran las drogas, probablemente, su consumo no se dispararía, ya que habría mucha gente que seguiría sin probarlas por el factor miedo. En el caso de los insectos, como mínimo en Europa, sustituyan el factor miedo por el factor asco, y creo que la ecuación funciona igual. En todo caso el tiempo lo dirá.
Y es que como me decían el experto en alimentación Juanjo Cáceres y el antropólogo Francesc Xavier Medina, las resistencias culturales serán más que obvias en este caso y afectarán también a la industria alimentaria, que ya no es que no apostará por este producto, sino que apenas lo tendrá en cuenta. Vaya, que ninguna empresa -¿y restaurante?- querrá ser identificada como aquella que usa gusanos o cualquier otro insecto en sus productos.
Los datos parece que indican esto mismo. De las casi 160 solicitudes de autorización de nuevos alimentos que estudia la EFSA -desde que se aprobara el reglamento europeo sobre Novel Foods en 2018- solo 11 tienen que ver con la entomología. Hay otras cuatro que están a la espera de que aporten toda la documentación. Así que mucho interés no parece que haya, efectivamente.
No es un problema de prejuicios. Los bichos nos son ajenos culturalmente como alimento. No los reconocemos como tal ni enteros, ni en harina, ni en sopa, ni de ninguna manera, como sí hacen en México con los chapulines, por ejemplo. Al contrario.
Los gusanos, para ceñirnos a lo que se acaba de aprobar, los asociamos a la podredumbre, a materia en descomposición y por tanto a algo que nos puede envenenar y hacer daño. Por otro lado, son los responsables de devorarnos cuando morimos. ¿Cómo narices nos vamos a comer eso?
Simbólicamente, el gusano es muestra de la vida que renace de la podredumbre y de la muerte. Pero hay leyendas, muy europeas ellas, en las que adquiere cierta nobleza. Por ejemplo la Gylfaginning islandesa, en la que unos gusanos nacidos del cadáver del gigante Ymir obtienen por orden de los dioses la razón y la apariencia de los hombres. Pero ni por esas.
No veo a nadie entrando en un bar y pedir una tapa de Tenebrio molitor y una caña. No sé. Quizás si se sirvieran con salsa de patatas bravas… O en una gilda, con su boquerón y su guindilla en vinagre… Sugiero que se ofrezcan como tapa de cortesía, o sea gratis. Los gusanos no, pero lo gratis nos gusta mucho y quizás sea la mejor forma de introducirlos en el mercado.
De todos modos, solo dejen que les diga que de un modo u otro llevamos ya un tiempo comiendo insectos. Son habituales en la elaboración del pienso de los animales que sí nos comemos habitualmente.
Y los comemos en la fruta, las verduras y la harina que también comemos cada día, porque es imposible hacerlos desaparecer por completo. Se calcula que, cada año, ingerimos inadvertidamente unos 900 gramos de insectos per cápita. Veganos, ¿cómo se os ha quedado el cuerpo? Pero no es para tanto. Lo que no mata, pues engorda.