Echo la vista atrás y pienso cómo fue mi Nochebuena del veinte. Sola. Con mi familia a unos pocos kilómetros de distancia, pero yo en mi casa, sola. Sin embargo, y pese a que el mundo entero estaba desolado por no poder juntarse con la familia alrededor de una enorme y rebosante mesa de comida, brindis, besos y abrazos, no recuerdo que esa noche yo estuviera (especialmente) triste. Mis expectativas con respecto a esa cena no eran altas, sencillamente porque eran exactamente las mismas a las de cualquier otra en la que mi único cometido era disfrutar de mi espacio, de mi soledad, y recuerdo, de un pijama nuevo que pensaba estrenar. Muy loco todo. Porque la soledad elegida es una soledad que se disfruta. Pero ahora me dirás que en este caso yo no elegí estar sola, sino que un maldito bicho lo hizo por mí y por todos mis compañeros.
Sí, vale. Que de no haber sido por el virus del demonio nada lo que te acabo de contar en el párrafo anterior sería cierto, y que seguramente, en lugar de estar escribiendo lo feliz que fui cenando sola la Nochebuena del veinte, estaría narrando el horror que fue soportar batallitas, besucones y renacuajos. Incluso se podría leer entre líneas que estar solo en Nochebuena es lo más triste y lamentable que te puede pasar.
Pero no, las comilonas familiares se fueron al traste de un plumazo, así que decidí hacer todo lo que sí pasó, lo que te acabo de contar dos párrafos más arriba. Creo que cené una pizza casera, con mi masa y mis ingredientes al gusto. Una copita de vino blanco semidulce (cualquiera, no sé), algo de fruta y mi trozo de chocolate puro, como cada día de mi vida, porque es lo que entra, y no media docena de castañas. Ah, y mis servilletas navideñas del chino, pijama nuevo y cara lavada, importante.
Mientras se hacía la pizza, la videollamada con mis padres fue divertida, verles quererse muy pegaditos el uno al otro a través de la pantalla, sanos y sonriendo (pese a que yo sabía lo triste que estaba mi madre por no tenernos cerca), disfrutones ellos con su platito de gambas, su picoteo y su mantel de los días especiales. Hicimos un brindis virtual, muy raro, pero era lo que había, brindar porque hubiera salud. Y así, la Nochebuena del veinte se fue sucediendo entre todos, separados, cada uno en su casa, pero juntos; compartiendo nuestra cena elegida, sencilla, sin ostentaciones y sin complicaciones. Todos en pijama, sin expectativas tampoco en eso. Mis sobrinas gritando y engullendo turrón de fondo, felices e histéricas ante la inminente llegada del gordinflón.
¿Y ahora? Ahora me dirás que el reencuentro ha sido mágico, que teníais muchas ganas de pasarla en familia, que por fin abrazos, que por fin mesas llenas de comida, y bla bla. Bueno, lo que pienso un año después es que son sólo las malditas expectativas las que nos hacen disfrutar más o menos de cualquier experiencia de la vida. Mi cena, mi vino, mi chocolate, mi serie, mi horario, mi dress code, mi yo. Fin. Porque si lo que te hace disfrutar es un bocadillo, una pizza o un sándwich mixto, eso es maravilloso. Por mucho que sea 24 de diciembre y el Rey se empeñe en colarse en nuestras casas vestido de traje para decirnos no sé qué sandeces.
Que sí, que se ha recuperado (en parte y solo en parte) la “normalidad”. Pero ojo al panorama: hemos cenado en familia con todas las precauciones posibles, test de antígenos repetido cien veces por los falsos positivos o los falsos negativos (ya no sé), el salón ventilado con chaquetas puestas (claro, hacía rasca), besos y abrazos raros, a veces codo, a veces no. De repente se me olvida y te doy a probar de mi plato, pero después al despedirme ni te me acerques. Pues eso, muy loco todo. ¿Tiene sentido? Ni idea, pero quien entienda esa delgada línea entre miedo-precaución-tomadura de pelo, que venga y me lo explique.
Dejando a un lado las fatídicas circunstancias -esto estaba claro a estas alturas de mi texto, supongo y espero- que me llevaron a estar sola, me pregunto entonces con cuál me quedo, si con la Nochebuena del veinte o la del veintiuno. Y te lo pregunto a ti también. Todo muy agridulce, todo muy raro, todo muy loco. Creo que mientras lo pienso esperaré a la del veintidós para, entonces, hacer balance. Me encanta la Navidad, por cierto, por si no lo habías notado.