En todos los capítulos anteriores de esta última temporada, la cocina se ha convertido en uno de los escasos lubricantes sociales. De manera remota, semipresencial, telepática o aunque solo sea dibujando gritos de SOS con miguitas de pan lanzados por el asfalto.
Hemos verbalizado como nunca la importancia de las cocinas y de los cocineros, hasta el punto de que nos hemos venido a contar que sin bares ni restaurantes era como si nos faltara un órgano y nuestras funciones motoras se ralentizarán. Al mismo tiempo, de manera bien paradójica, esa ausencia ha ido convirtiendo la cocina en una especie de píldora socializadora, echando más de menos lugares y momentos que platos y sabores. Como si la cocina fuera ese acompañante que conduce entre la maraña y que, si no está, impide avanzar lo suficiente.
Los restaurantes han sido una colaboración elemental para la liberación de dopamina. Un asidero para sobrellevar la tormenta. La cocina como un pasaje, casi un hilo musical. ¿Pero y dónde están los músicos? Nos olvidamos del cocinero. Con la presencia de un sinfín de intermediarios tecnológicos y normativos, opacamos su protagonismo.
Corremos el peligro de normalizar esta excepcionalidad, cuando en la cocina, como en la música, primero hay que centrar la mirada en quienes actúan: pensar en los cocineros, atender su propuesta, fiscalizar su método, elevar la atención. No quedarnos, tan solo, en esta tableta de platos que pedir y recibir a cualquier hora. Comenzar la fiesta por el final.
Podría este período hacer relativizar el centro mismo de la gastronomía. Folclorizar su sentido en cuanto que la jarana llega por el encuentro, la terracita, la quedada por núcleos, el regreso al restaurante fetiche. El bar como el centro en lugar de ser el contexto. Necesitamos nutrirnos de esas sensaciones y retomar nuestras mitologías íntimas. Pero que la confusión no enmascare el sentido de la cocina. Que no sea suficiente solo con eso. Que vuelva la exigencia sobre los guisantes lágrima, las alcachofas, las anchoas y el próximo rodaballo salvaje.