Comparten cuentas de tres o cuatro cifras sin sonrojo alguno. Es más, seguro que lo hacen ufanos, henchidos de gozo, altaneros y orgullosos. «Poderoso caballero es don dinero» que dijera Quevedo, y ellos no hacen más que intentar demostrarlo.
En 2012, el Nobel Mario Vargas Llosa publicó 'La civilización del espectáculo', un ensayo en el que ahondaba en la 'banalización de la cultura', entendiendo como cultura, grosso modo, la expresión escrita, la filosofía y las bellas artes. Según el escritor peruano, la cultura en mayúsculas había sido desplazada por el deporte, la gastronomía y la música popular. Con una ventana más abierta a lo que es cultura, e incluyendo la gastronomía en esta clasificación, yo compro a pie juntillas (y en sentido figurado) la teoría de Vargas Llosa en lo que respecta a su banalización. También su teoría sobre una era del espectáculo (decadente) donde, añado, bien podría englobarse el dudoso arte de airear cuentas, a mayor gloria en tanto sube el número de cifras.
Y con esta ostentación viajamos en el tiempo, más de veinte años atrás de la publicación del libro del peruano. Entonces, la (mal) llamada 'cultura del pelotazo' que, aparte de implantar un modelo económico neoliberal español, mostró sin complejo alguno un alarde de poderío y, en muchos casos, derroche. Unos 'atributos' que, en pequeña escala, hoy veo reflejados en la exhibición presuntuosa del simple acto de pagar una factura.
No entiendo muy bien el afán por mostrar lo mucho que hemos pagado, si no es como denuncia o como alabanza de unos buenos precios en tiempos de inflación descontrolada; la demostración de poderío mejor dejarla, si cabe, para círculos íntimos, personas con las que se comparta aficiones y la demostración de unos gastos elevados no supongan un encogimiento de corazón de quien no pueda permitírselos. Las fotos de platos y de lugares suntuosos; los textos explicativos, la oda al producto…, todo ello conforma una experiencia aspiracional para quien lo veo, y no insulto por no estar en condiciones de no poder hacerlo.
¿Son las redes sociales, pues, un invento donde los catetos y horteras se mueven a sus anchas? Sin duda, sí. Aunque también son un lugar donde personas anónimas o no tanto muestran sabiduría y narran experiencias (por supuesto, gastronómicas) mostrando generosidad; un lugar, al igual que los bares de toda la vida, donde compartir anécdotas y vivencias y, por qué no, un espacio donde participar en discusiones.