Vamos a ir rápido y les voy a resumir mi opinión sobre el último lío gastroalimentario de ese país de las maravillas que es España, porque el asunto tampoco tiene mucho más misterio. El ministro Garzón tiene razón; las macrogranjas son un desastre para las personas, el medio ambiente, los animales y en consecuencia producen una carne de mierda. Por contra, la ganadería en extensivo es buena para las personas, es más respetuosa con el medio ambiente y se respeta mejor el bienestar animal. Y todo eso digan lo que digan algunos veganos y animalistas, sobre todo aquellos que creen que a los que así pensamos nos tendrían que cortar el cuello, cosa que he leído en ese estercolero de las emociones que a veces es Twitter. Tan majos ellos.
Los que han montado el pollo en contra de Garzón han sido, por un lado, los de siempre y por las mismas razones de siempre, puro electoralismo. También en Twitter leí que alguien decía que si Garzón hubiera dicho que comer boñigas de vaca era malo, las redes se hubieran llenado de fotos de gente del PP y VoX comiendo mierda de vaca. No le faltaba razón. Por otro lado, están los que ni se han molestado en leer la entrevista al ministro en The Guardian, que son otra vez los del PP y VoX. Y ¿para qué? Si ellos siempre han sabido qué es lo mejor para España, por la gracia de Dios.
Después están los que se la han leído, pero no han entendido nada porque, claro, estaba en inglés y el 90% lo hablan como doña Croqueta hablaba el español, y con la ayuda del gugel traslate hacen lo que pueden. En penúltimo lugar, están los que también la han leído pero no han entendido nada porque son rematadamente tontos, básicamente gente de VoX y no pocos del PP.
Por cierto, pocos días después, el ministro alemán de Agricultura Cem Özdemir aseguró que «la calidad de los alimentos en Alemania es baja» y nadie pidió su dimisión. Como habrán imaginado el ministro teutón es de origen turco. El día que aquí tengamos un ministro/a de origen árabe o gitano, los de VoX queman el Congreso y le echan la culpa a un estudiante saharaui, fijo.
¿Y los datos qué dicen? Pues que el consumo de carne en España se reduce. En 2013, era de poco menos de 53 quilos per cápita al año y en 2019 había bajado hasta los poco más de 45 quilos anuales por persona. Hubo un repunte en 2020, hasta los casi 50 quilos. Imagino que la pandemia hizo que mucha gente buscara refugio en valores seguros. En Catalunya, por ejemplo, ese año 2020, la carne solo fue el quinto alimento más consumido por detrás de la fruta, el agua embotellada, las hortalizas y la leche. Todo estos son datos del Ministerio de Agricultura.
Por contra, según la FAO la producción de carne en España no ha dejado de crecer. Más de un 900% entre 1961 y 2018. Eso es más de cuatro veces que la media de la Unión Europea. Es muy complicado que este incremento se hubiera podido producir sin el concurso de grandes instalaciones con cabañas de 4.000, 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Los problemas de la ganadería intensiva, pese a quien le pese, los sabemos todos: contaminación de los acuíferos por nitratos -hay pueblos donde hace 40 años que no pueden beber agua del grifo-, liberación de cantidades ingentes de metano al medio, dudosa manipulación de los animales -son muchos bichos como para hacerlo con cuidado- y una carne que es la que es. Al final, más producción y menos consumo tampoco es un problema. Ya David Ricardo explicó eso de las ventajas comparativas y que en China hay muchos chinos. Bueno eso de los chinos no lo dijo Ricardo, lo digo yo.
Cerrando el pelotón de los idiotas, nos encontramos con el Gobierno y el PSOE en general, especialistas en decir una cosa y la contraria en un milisegundo, y que sabe que Garzón tiene razón pero, jolines, ahora vamos a molestar a la industria cárnica que da trabajo a tanta gente. La porcina se calcula que a unas 400.000 personas. Ni a la industria ni a los de siempre.
Porque, ¿saben ustedes quiénes son los máximos beneficiarios en España de las ayudas de la Política Agraria Común? Pues aparecen nombres como los Domecq, los Alba, el duque del Infantado, la familia Campos Peña -que se dedica al toro bravo- y el grupo cervecero Damm, entre otros apellidos ilustres, de aquellos que uno esperaría ver en la lista de los posibles promotores de un golpe de Estado. Exagero. Ya me entienden lo que quiero decir.
Por eso también creo que no basta con dar una entrevista en The Guardian y rajar de forma inmisericorde de la industria de la carne por mucha razón que se tenga. Las macrogranjas alguien las autoriza -las de mayor tamaño se han incrementado un 50% desde 2007-, las inspecciona y las sanciona si procede. Y por último, quizás también habría que ayudar a los ganaderos en extensivo, sobre todo en hacer que les fuera más fácil no solo producir su carne -hola mataderos móviles- sino hacerla llegar a los consumidores, porque no toda la responsabilidad puede estar de nuestra parte, que ya tenemos suficiente con lo nuestro. Y digo yo que los fondos de la PAC podrían servir para eso. Y me acabo de marcar un brindis al sol, lo sé, porque no tengo ni idea de cómo funciona la cosa.
Jocelyne Porcher, autora del libro Vivir con los animales, decía en una reciente entrevista que «la industria de producción animal es una monstruosidad, reduce los animales a objetos. El movimiento animalista también es una monstruosidad, puesto que su objetivo es destruir la ganadería». Y este sería un buen resumen con el que muchos estaríamos de acuerdo. Perfecto, entonces ¿qué hacemos? Pues parece que tenemos detectado el problema, pero nos falta la solución. Y eso no hace más que alargar el problema y estamos a dos entrevistas en The Guardian de comer, de verdad, mierda de vaca.