Tal y como se vio en el artículo sobre la recomendación de tener que hacer cinco comidas al día, el arraigo entre los consumidores de ciertas frases y latiguillos sobre alimentación y relativo a lo conveniente de hacer las cosas de una determinada forma, responde más veces a los intereses de cierta clase de industria alimentaria que a una verdadera necesidad contrastada en la literatura científica.
El caso de cómo se observan las cuestiones del desayuno es un caso paradigmático. Hasta el punto que, en muchas ocasiones, en los folletos que lanzan las distintas distribuidoras de alimentos con sus ofertas (la de los súper e hipermercados) hay una sección específica dedicada a "Desayunos". No encontraremos la sección de "Comidas" o la de "Cenas", no existen. Al mismo tiempo, las ofertas que encontramos en dicha sección, responde en su inmensa mayoría a la de productos ultraprocesados, normalmente con un aporte significativo de azúcares libres y grasas. Estos productos suelen pertenecer, en su mayoría, a las gamas de bollería, galletería, cereales, zumos, cacaos solubles, etcétera que, en general, su presencia en nuestra alimentación suele ser bastante poco recomendable.
El desayuno, la comida más importante del día, ¿mito o realidad?
Que a día de hoy se deba trasladar una recomendación universal sobre los beneficios de hacer el desayuno —o sobre los perjuicios de no hacerlo— e incluso afirmar categóricamente que es la comida más importante del día, carece de todo sentido. Al menos es lo que concluyen actualmente la inmensa mayoría de consensos de sociedades científicas especializadas. No obstante, el volumen de literatura científica que ha puesto el foco en el desayuno es asombrosamente alto. Hay quien sostiene que incluso ridículamente alto.
Seamos prácticos, si la importancia del desayuno fuese tan evidente, no se necesitaría hacer cada poco tiempo un nuevo estudio científico al respecto. Lo más curioso es que la disparidad de resultados en esos estudios es bastante evidente. Mientras algunas publicaciones alertan de lo bueno que es desayunar, otras no encuentran esa relación.
Lo que sabemos a través de la ciencia sobre el desayuno
En general, algunos estudios de carácter observacional han encontrado algunas asociaciones negativas entre saltarse el desayuno y ciertos pronósticos de salud. Uno de ellos, de 2019, concluyó que el hecho de saltarse el desayuno estaba asociado con tener un riesgo significativamente mayor de mortalidad por enfermedad cardiovascular. ¿Punto a favor del desayuno? No vayamos tan deprisa.
En un editorial publicado en la misma revista, se apunta que, si bien esa asociación es cierta, también se contrastó que aquella parte de la población que no desayunaba también fumaba más, bebía más alcohol, era más sedentaria y sumaba más casos de obesidad… entonces, ¿sería justo señalar al no-desayuno como el culpable, o al menos el culpable principal, de esa mayor mortalidad cardiovascular? Desde luego, no lo parece.
Por su parte, una reciente revisión de ensayos clínicos sugiere que forzar a desayunar cuando lo que se pretende es perder peso podría tener el efecto contrario al deseado. Tanto es así que, en este estudio al que me refiero, aquellos a los que se recomendó desayunar como estrategia para perder peso ingresaron, de media, 260 kilocalorías más al día frente a los que no desayunaron y querían, igualmente, perder peso.
A modo de corolario, creo que es conviene destilar una idea clave al respecto de la recomendación de desayunar. Y esta es, que nunca se deberían adoptar posturas totalitarias, inmovilistas y para todo el mundo al respecto del desayuno. De hecho, y en general, todos los consensos de las sociedades científicas concluyen que las relaciones que hay entre hacer el desayuno o no hacerlo y ya sea el peso, como el pronóstico de salud, son relaciones controvertidas e inconsistentes.
El origen del mito
Para este tema resulta especialmente interesante hacer un poco de historia y conocer cuál fue la primera referencia sobre la importancia del desayuno. Procede, con pocas dudas, de Lenna Frances Cooper, una mujer pionera a la hora de construir las bases de la dietética moderna. Lenna fue la primera persona en ocupar el cargo de dietista para el ejército norteamericano y fue cofundadora de la Asociación Americana de Dietética (que hoy es todo un referente). Así, en 1917, publicó un escrito que decía, textualmente que: "En muchos sentidos, el desayuno es la comida más importante porque es la comida con la que comienza el día".
Más de 100 años después de aquella lapidaria frase, los investigadores, nutricionistas, gurús, youtubers, influencers de aquí y allá, e incluso los profesionales de la medicina andan rascándose detrás de la oreja preguntándose por el alcance de aquellas palabras. En realidad, y como se ha visto en el epígrafe anterior, carece de consistencia. Pero continuemos con el origen.
La frase de la discordia fue publicada en la revista 'Good Health' que en aquel entonces era el órgano de difusión del Balneario de Battle Creek. En realidad, un afamado sanatorio ligado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y cuyo director médico fue un tal John Harvey Kellogg, fundador de la empresa de cereales Kellogg’s (sí, saber este tipo de cosas ayuda a ver el puzzle de otra manera). Y es que, habitualmente, la expresión de que el desayuno sea la comida más importante del día es uno de los argumentos centrales de las empresas que comercializan productos de desayuno.
El significado etimológico del desayuno
Llegados a este punto creo conveniente dar un paso atrás y explicar qué se entiende por desayuno. El des-ayuno significa eso, deshacer, romper o cortar con el ayuno. Y en inglés es literalmente igual: breakfast (en inglés, el término fast, además de 'rápido' también significa 'ayuno'). El "ayuno" que se corta suele coincidir con el descanso nocturno. Desde la última ingesta típica de la jornada, la cena, hasta el primer momento del día siguiente en el que se ingiere algo. Así, ya sea que comamos a las 6 de la mañana o a las 6 de la tarde, si esa es la primera ingesta del día, esa comida será el desayuno. Por tanto, y a menos que alguien pretenda morir de inanición, todo el mundo desayuna en un momento u otro. En este sentido, la premisa de Lenna Frances Cooper para arrancar su conocida frase sigue siendo cierta, el desayuno es y será siempre la primera comida del día. Lo de su "importancia" es otro cantar.
¿Cuál es la comida más importante del día y por qué?
No existe eso que se llama "la comida más importante del día". Todas son igual de importantes. Hacer una gradación de las ingestas diarias, y poner al desayuno como la más importante implicaría, lógicamente, establecer un escalafón de mayor a menor que resulta ilógico desde todo punto de vista. Al menos cuando se pretende trasladar dicha gradación a todo el mundo. Sin lugar a dudas, si alguien es un ciclista profesional o un trabajador con una alta exigencia física, por ejemplo, es racionalmente ilógico recomendarle empezar con su desempeño en ayunas.
Así, la idea central con respecto a la importancia del desayuno dependerá de las circunstancias personales de cada cual. En nuestro entorno, en donde la mayor parte de las personas tiene una vida físicamente bastante relajada, el hecho de comer algo en los primeros minutos de su jornada, nada más levantarse, puede ser una recomendación bastante relativa, y que depende más de los gustos y predisposiciones personales que de la necesidad universal de que todos debamos desayunar.
Así, la importancia de lo que se come y se deja de comer debería observarse como un todo, en el que se debería poner un especial interés en que las elecciones sean saludables independientemente de en qué momento del día se abre la boca para comer.
Otros mitos sobre el desayuno
Más allá de su "importancia", la cuestión del desayuno abarca otros mensajes que conviene desmitificar.
Nuestro organismo necesita glucosa para funcionar
Se trata de un mito con trampa. Efectivamente muchas de nuestras funciones son glucosa-dependientes, pero eso no implica que debamos, constantemente, comer alimentos —o más bien productos— plagados de azúcares libres. En realidad, afortunadamente, vivimos en un entorno de sobreabundancia alimentaria en donde no faltan las oportunidades para comer en prácticamente cualquier momento. Al mismo tiempo, nuestra fisiología es capaz de obtener esa glucosa necesaria a través de distintas rutas metabólicas y a partir de nuestras reservas. Y es que, si hay un problema evidente en relación con nuestro estatus nutricional (y ponderal) es el de que, precisamente, reservas no nos faltan. Aunque en este caso hay que apelar, de nuevo, a los contextos personales: habrá personas a las que sí les venga bien, y prefieran, comer cada menos tiempo, frente a otras que pueden, y deseen, disminuir la frecuencia de sus ingestas
El desayuno regula el metabolismo
Otro de los mitos, y hay que reconocer que suena bien, es el de que repartir una misma ingesta diaria en varias tomas surte dos efectos beneficiosos: por un lado, mantiene más tiempo "en marcha" el aparato digestivo, lo que conlleva un mayor gasto de energía y, por el otro, ayuda a ordenar los ciclos de hambre y saciedad, evitando el riesgo de ingestas compulsivas cuando nos asalte el hambre. Sobre el primero de los aspectos, la ciencia lo ha desmentido, el balance energético se mantiene inalterado o con diferencias no significativas cuando para el mismo valor calórico de una ingesta diaria esta se reparte en más o menos ocasiones.
Sobre el segundo, no se puede por menos que recurrir, de nuevo a la variabilidad interpersonal. Si bien hay personas que se dejarían cortar una mano antes que salir a la calle sin haber desayunado, otras son incapaces o les cuesta un cierto esfuerzo comer lo que sea en la inmediatez más o menos próxima de haberse levantado. Al final, es necesario recurrir a la recomendación de hacer buenas elecciones alimentarias en el momento que se haya decidido abrir la boca para comer cuando sea.
¿Qué hay que comer en el desayuno?
Lo recomendable sería comer cosas que estén dentro de las guías alimentarias mejor diseñadas y, dejar al margen aquello que se desaconseja incluir en nuestra dieta, sea cuando sea el momento que se haya decidido comer lo que sea. El hecho de que en ciertas sociedades —como lo nuestra— haya productos específicos de desayuno no ayuda demasiado a hacer buenas elecciones. La realidad es que, cuando eso sucede, la oferta de productos de desayunos suele ser bastante poco coincidente con las guías mencionadas.
En aquellos países en los que la llamada cocacolonización no ha entrado como un elefante en una cacharrería, la primera ingesta del día, llamémosle desayuno, suele componerse de elementos muy parecidos a aquellos con los que, por ejemplo, se hizo la cena del día anterior. Es el caso de países como, por ejemplo, Brasil, Japón, Rumanía, Marruecos. En contraposición, los países cocacolonizados, tienen productos (no alimentos) "de desayuno". A pesar de que hace unas pocas décadas, los desayunos de estos últimos países también contenían alimentos poco o nada procesados.
Así, el uso de las sobras que tengamos en la nevera de otras ingestas podrían convertirse en nuestro desayuno. Al mismo tiempo, también se podría preparar de víspera una mini-comida con la vista puesta en el desayuno del día siguiente. ¿Arroz con lentejas para desayunar? ¿Mini ensalada de tomatitos y tortilla para desayunar? ¿Judías verdes salteadas con puré de patata para desayunar? ¿Huevo duro y salmón ahumado para desayunar? ¿Sopa de pasta y fruta para desayunar
¿Alguien se ha preguntado por qué si en nuestro entorno nos preocupamos por hacer elecciones saludables para las comidas o las cenas, estas mismas elecciones, u otras muy parecidas, no podrían conformar un desayuno?