¿Es España un país cervecero? A bote pronto, uno podría pensar que sí. Sólo hay que echar un vistazo a las terrazas de los bares, abarrotadas de personas de cualquier edad y sexo disfrutando de unos tercios, la facilidad con la que nos liamos para irnos de cañas o las nuevas marcas y locales especializados que aparecen cada día a lo largo y ancho de nuestro territorio. Sí, somos cerveceros, pero sin exagerar pues tampoco rompemos moldes.
A pesar de rondar siempre el top 10 de productores mundiales de esta bebida fermentada, el consumo per cápita se sitúa alrededor de los 50 litros al año, algo por debajo de la media europea, una posición que quizás sorprenda a más de uno. Seguramente este suspenso alto tenga mucho que ver con nuestra cultura y estilo de vida.
Por un lado, somos seres sociales y casi siempre consumimos cerveza en locales de hostelería junto a la comida o acompañada de unas tapas, lo que ayuda a moderar el consumo; por el otro, solemos diversificar nuestra ingesta de alcohol con el vino y diferentes espirituosos; y finalmente la popularidad de la cerveza en España es relativamente nueva comparada con la de otros países. Hasta los años 70, este era un país de vino pero con el gran cambio social que se produjo con la llegada de la democracia y las oleadas de turismo venidas de otros lugares donde sí se consumía cerveza masivamente, comenzamos a vivir el gran auge de la cerveza en nuestro país.
Los primeros vestigios de cerveza en España
Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación y desde cuándo se consume cerveza en España, aunque fuera minoritariamente? Toca repasar un poco el origen de esta bebida en nuestra península y para ello hay que remontarse hasta la época de los íberos, como primer pueblo productor en este territorio, aunque es cierto que se han encontrado restos en excavaciones arqueológicas que apuntan a la presencia de cerveza en vasijas cientos y miles de años antes. Lógicamente, la cerveza de esta época poco se parecía a la que conocemos hoy en día, era básicamente una bebida fermentada con base de cebada y trigo, y una fuerte graduación alcohólica.
El desembarco de griegos, y posteriormente romanos en la Península Ibérica, supuso un freno en la evolución de la cerveza, aunque nunca desapareció del todo y seguía consumiéndose la caelia, como se denominaba en la Hispania romana, pero mucho menos que el vino por el que los romanos sentían auténtica devoción. Hay que pensar que los romanos valoraban la cerveza como una bebida de bárbaros y, de hecho, siempre se ha considerado históricamente la frontera natural del Imperio Romano marcada por las cuencas del Rin y el Danubio como una separación imaginaria entre los pueblos vinícolas del sur y los cerveceros del norte.
La cerveza durante la Edad Media en la Península Ibérica
Fue precisamente la caída de este imperio y la penetración de los pueblos bárbaros en la península la que contribuyó a un pequeño repunte del consumo de cerveza. Suevos, vándalos y alanos en el norte y visigodos algo más al sur trajeron consigo la afición por esta bebida fermentada. Pero fue más bien un espejismo. Un clima favorable para el cultivo de la vid y el hecho de que los visigodos asimilaron las antiguas costumbres romanas hicieron que el vino siguiera ganando la batalla a la cerveza, aunque esta siempre mantuvo cierta popularidad.
Y así transcurrió la Edad Media en la Península. Mientras en el resto de Europa se empezaba a forjar la leyenda de algunos de los grandes monasterios cerveceros con Weihenstephan, Weltenburg o Affligem a la cabeza, aquí en España seguíamos por los mismos derroteros que antaño. Es cierto que cabe la posibilidad de que algunas abadías se dedicaran a elaborar cerveza, pero de manera minoritaria y casi sin trascendencia. Ni siquiera el mito poco contrastado de la escasa salubridad del agua medieval invita a pensar que se consumiera cerveza de manera más asidua para ganar en salud.
Carlos V y su afición por la cerveza
Esta tendencia comenzó a revertirse con la llegada de los primeros Austrias al trono español. La cerveza cambió de status, dejó de ser una bebida de pueblos incivilizados y clases bajas para convertirse poco a poco en la bebida de la nobleza. Tanto Carlos V como su padre Felipe I nacieron en Flandes (en Gante y Brujas, respectivamente), territorio cervecero por excelencia y no dudaron en traer su bebida favorita a la corte desde tierras flamencas.
De hecho, Carlos V era un gran aficionado a la cerveza e incluso algunos historiadores le mencionan como el emperador cervecero. Con su llegada a España en 1517, prácticamente coincidente en el tiempo con la proclamación de la Ley de Pureza alemana, empezó a importar cervezas de la ciudad de Malinas y con el tiempo incluso trajo a la corte dos maestros cerveceros para que elaboraran exclusivamente para él. Durante su reinado, los copiosos banquetes regados por cerveza flamenca eran el pan de cada día y los demás nobles de la corte no dudaron en imitar esta práctica, ayudando a extender su popularidad.
Incluso cuando se retiró al Monasterio de Yuste, mandó construir en el mismo una pequeña fábrica de cerveza. Todos estos hechos y anécdotas han convertido a este emperador en todo un icono cervecero para muchas marcas, no sólo españolas sino también europeas. Aquí en España, Heineken llegó a fabricar y comercializar la cerveza Legado de Yuste en homenaje a su lugar de retiro, mientras que en Bélgica marcas como Haacht siguen elaborando la Charles Quint o Kaizer Karel y Het Anker hace lo propio con su gama Gouden Carolus, basada en la receta original que hacía importar desde Flandes hace ya 500 años.
La cerveza en la España de la industrialización
Ahora damos un gran salto en el tiempo hasta el siglo XIX. No es que dejara de consumirse repentinamente la cerveza en nuestro país, de hecho siguió siendo bastante popular durante el reinado de los primeros Borbones, pero no hay demasiados hechos destacados hasta la segunda mitad del 1800 cuando estalla la industrialización de este producto y la aparición de las primeras marcas industriales con sede en nuestro país, ayudando a su popularización en casi todos los estratos de la sociedad, si bien seguía siendo a ojos de muchos una bebida para las clases más obreras.
Así pues, los setenta y cinco años comprendidos entre 1850 y 1925 vieron nacer a la gran mayoría de cervezas industriales que siguen comercializándose en España, además de muchas otras que se han quedado por el camino. Muchas de estas marcas fueron creadas por inmigrantes de otros países europeos con mayor tradición cervecera que contribuyeron al auge de las cervezas españolas industriales y en muchas ocasiones provenían del sector de la producción de frío y la fabricación de hielo pues la tecnología estaba muy relacionada.
De esta manera, en 1856 nace en Barcelona la que es oficialmente la primera cervecera industrial española, Moritz, fundada por el alsaciano Louis Moritz Trautmann. Le sigue también en la Ciudad Condal el nacimiento de Damm en 1876 de la mano de otro alsaciano, August Kuentzmann Damm. Madrid tampoco es ajena a esta tendencia y en 1890 el francés Casimiro Mahou funda su empresa de Cerveza y Fábrica de Hielos, precursora obviamente del actual grupo Mahou-San Miguel. Curiosamente ese mismo año nacía a más de 11.500 kilómetros de distancia el otro socio que da nombre al grupo, pues San Miguel es fundada por el empresario Enrique María Barretto en Manila (Filipinas) durante su dominación española.
Otras muchas ciudades españolas no tardaron en tener sus propias marcas locales de cerveza industrial que acabarían llegando a todos los puntos de la geografía española. Entre las más conocidas a día de hoy, cabe mencionar la aparición de La Zaragozana en 1900, fundada inicialmente como Fábrica de Cerveza, Malta y Hielo, actual productor de Ámbar. En 1904 nace en Sevilla de mano de los hermanos Osborne Guezala una de las cervezas españolas que más juego da entre los consumidores: Cruzcampo. Apenas dos años después, en 1906, José María Rivera crea a su vuelta de Cuba la marca Estrella Galicia en A Coruña, actualmente propiedad de la empresa Hijos de Rivera. En 1925, Carlos Bouvard y Antonio Knörr fundaron Alhambra en la ciudad de Granada mientras que en 1928 era Málaga la que alumbraba su propia cerveza de la mano de Cerveza Victoria.
La cerveza en la España de la segunda mitad del siglo XX
Aunque la industria cervecera española estaba en pleno auge, este crecimiento sufrió un parón en seco durante la Guerra Civil y los primeros años de posguerra debido sobre todo a la precariedad de la economía española y, por lo tanto, a las dificultades para adquirir las materias primas y maquinaria necesaria para la fabricación de un producto que no se consideraba para nada un alimento básico.
Poco a poco, la cerveza empieza a resurgir a partir de los años 50. No sólo aumenta la popularidad de las cervezas nacionales sino que también comienzan a llegar a España marcas extranjeras como Carlsberg, Heineken o Guinness que ayudan a afianzar el consumo de esta bebida. A ello contribuye también, en los años sesenta, la aparición de la litrona de la mano de Xibeca, un formato muy nuestro que ayudó a trasladar el consumo de cerveza de la hostelería al hogar.
De los años 70 también data la primera cerveza sin alcohol de nuestro país, comercializada por Cruzcampo en 1976. Casi 45 años después, España se ha convertido en el líder europeo tanto en la producción como en el consumo de cervezas "sin", suponiendo un 13% del total de consumo de cerveza entre la ciudadanía española.
Todos estos pequeños hechos, junto a la ya mencionada apertura de España a un turismo masivo, ayudaron a la cerveza a acortar distancias con el vino hasta lograr igualarlo en consumo per cápita por primera vez en el año 1982. Desde entonces, el crecimiento ha sido continuo hasta llegar a las cifras que mencionábamos al comienzo de este artículo: alrededor de 50 litros de cerveza por persona al año, gracias especialmente a nuestra tan instaurada cultura de bar, el irse de cañas, el tardeo y el tapeo.
La situación actual de la cerveza en España
España no ha sido ajena al florecimiento de la cerveza artesanal producido a lo largo de los últimos 30 años, primero en EEUU y luego en Europa a través de países como el Reino Unido o Italia. No ha sido una de las pioneras en la nueva ola de craft beer pero parece que a lo largo de la última década, el crecimiento ha sido bastante sostenido. Es complicado apuntar un momento exacto o un productor en concreto como precursor de este movimiento en nuestro país, pero sí que podemos asegurar que a principios de milenio ya había en España un buen número de home brewers que con el paso de los años y el auge de lo artesano han acabado dando un paso adelante hacia la profesionalización.
De las primeras marcas, quizás debamos mencionar Dougall's, nacida en Liérganes (Cantabria) allá por 2006 o Cerveses Gardenia con su Rosita, fundada en Tarragona en 2007. Lo cierto es que en 2008, España apenas contaba con unas 20 cerveceras artesanas mientras que hoy hay más de 500 microcervecerías que producen más de 40 millones de litros anuales. Sigue siendo una cantidad ínfima en comparación con la cantidad de cerveza industrial elaborada y consumida en nuestro país, pero poco a poco se va instaurando una cultura cervecera que invita al consumo artesanal y de proximidad.
Ello ha propiciado por primera vez en España un Real Decreto que regule la calidad alimentaria, la elaboración y comercialización de cervezas y bebidas de malta en nuestro país. Mención especial merece el punto 4 del artículo 3 de este RD 78/2016 del 16 de diciembre que por primera vez define qué es una cerveza de fabricación artesanal:
Elaboración conforme a lo establecido en la presente norma de calidad, mediante un proceso que se desarrolle de forma completa en la misma instalación y en el que la intervención personal constituye el factor predominante, bajo la dirección de un maestro cervecero o artesano con experiencia demostrable y primando en su fabricación el factor humano sobre el mecánico, obteniéndose un resultado final individualizado, que no se produzca en grandes series, siempre y cuando se cumpla la legislación que le sea aplicable en materia de artesanía.
A la creciente popularidad de este tipo de cerveza han contribuido personajes como Boris de Mesones, auténtico gurú de la cerveza en nuestro país, primer juez español de la World Beer Cup y consultor de muchas marcas artesanales, o Steve Huxley, el malogrado cervecero británico afincado en Cataluña que se convirtió en un referente y el primer influencer cervecero para las nuevas microcervecerías surgidas dentro de nuestras fronteras. De hecho, cada año se le homenajea en el Barcelona Beer Festival, el festival de cerveza artesana más importante del sur de Europa, que se suma a muchos otros importantes eventos cerveceros repartidos por toda la geografía española que denotan el buen momento que vive el sector: el Milanito, el MASH, el Granada Beer Festival... De hecho, casi cualquier ciudad acoge en algún momento del año algún tipo de fiesta de la cerveza artesana.
De la misma manera, a lo largo de estos años han aflorado cerveceras artesanales en casi todos los rincones de España aprovechando el tirón de esta bebida. Las provincias más importantes cuentan sus microcervecerías por decenas y hasta las más pequeñas tienen representación en el mercado. Lo mismo sucede con los bares de cerveza artesanal, los taprooms o los brewpubs que podemos encontrar en casi cualquier ciudad española. Nombres como La Virgen (Madrid), Zeta (Valencia), Morlaco (Navarra), Castelló Beer Factory (Castellón), La Pirata (Barcelona), Río Azul (Sevilla), Laugar (Vizcaya), La Sagra (Toledo), Cierzo (Zaragoza) o Arriaca (Guadalajara) son sólo algunos ejemplos de la calidad que impera en este sector.
Viendo el panorama que se está dibujando y a pesar de que el consumo de cerveza artesanal sigue siendo prácticamente insignificante, las grandes marcas también quieren parte del pastel y quieren aprovechar el momento para ser un actor principal en este escenario. Y lo están haciendo de dos maneras.
Por un lado, invirtiendo dinero en algunas de las marcas de cerveza artesanal españolas más prometedoras. Así, desde hace algunos años hemos visto cómo Heineken España tomaba en control de La Cibeles, el gigante cervecero AB InBev adquiría La Virgen, el grupo Mahou-San Miguel participaba en Nómada y La Salve o la cervecera canadiense Molson Coors entraba en La Sagra. De la misma manera, otras microcervecerías comenzaban a recibir financiación desde fuera del sector de la cerveza como es el caso de Tyris con inversión del Grupo Zriser.
Y por el otro, lanzando sus propias referencias artesanales o, mejor dicho, pseudoartesanales. Quizás no con la suficiente calidad para engañar al paladar más experto pero sí para satisfacer al neófito y ejercer de puerta de entrada al mundo craft para el gran público, pues hablamos de cervezas fáciles de encontrar en el lineal de cualquier supermercado y a un precio generalmente menor que las de una microcervecería independiente.
De esta manera, a lo largo de los últimos años hemos sido testigos de cómo Mahou lanzaba su gama Barrica y posteriormente una Session IPA muy fácil de identificar, cómo San Miguel ha intentado adentrarse en territorios lupulados con su Manila, cómo Alhambra ha experimentado con la maduración en barrica con su Amontillado y Ron Granadino, o cómo Ámbar y Damm se han lanzado a los brazos de las India Pale Ale. Hasta la Cruzcampo se ha atrevido con una nueva IPA, una APA y una cerveza de trigo, y Estrella Galicia ha ido un paso más allá innovando con una grape ale, una referencia con pimientos del padrón o una cerveza con percebes.
Ahora bien, con tantas marcas y tantas nuevas por aparecer, y teniendo en cuenta su cuota de mercado tan pequeña respecto a la industrial, es obligado preguntarse si hay cabida para todas estas referencias. Lo lógico sería pensar que a medio-largo plazo sólo podrán subsistir las mejores y de mayor calidad. O quizás las más baratas. La verdad es que no lo sabemos, pero el futuro de la cerveza en España promete ser apasionante.