Se dice que el queso de tetilla, más correctamente llamado «queso tetilla», tiene esa forma por una protesta popular. Una antigua creencia convertida en leyenda cuenta que la figura de la reina Esther, pieza destacada del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, mostraba originalmente unos grandes pechos. Frente a ella, otra figura, la de Daniel, parece sonreír de una forma pícara observando el frontal de la monarca.
La escena construida en la mismísima entrada principal del edificio religioso no pasó desapercibida para la población y mucho menos para las autoridades eclesiásticas que, escandalizadas por las dimensiones en el busto de esta escultura, también identificada como la reina de Saba, decidieron darle una solución. La medida tomada por el obispo, cuenta la leyenda popular, fue cercenar los tamaños de los pechos reduciéndolos de una forma considerable. Y el pueblo, descontento con la decisión, levantó la voz.
La forma en que lo hicieron fue, continúa relatando esta fábula, dando forma de teta, de la consabida tetilla, a algunos de los quesos que elaboraban. Era una manera del todo original de restituir a la reina Esther, recordando con este transformado lácteo los pechos prominentes que tenía la escultura. Aunque desgraciadamente, para pena de todos aquellos que se divierten con el cuento, no deja de ser eso, un cuento. Este rico queso gallego, uno de los símbolos de la comunidad, protegido por una denominación de origen, tiene una antigüedad indeterminada con orígenes inciertos. Circunstancia que impide saber cómo surgió y, mucho menos, saber realmente por qué tiene una forma de tetilla, tan prestada a las chanzas.