En cualquier caso, nadie le ha parado los pies al acervo popular ni a la industria alimentaria. Como consecuencia, actualmente los alimentos funcionales, aunque "no existan" oficial o legalmente hablando, se han convertido en productos de altísimo interés para la población, a pesar de las muchas dudas que suscitan. En este artículo hablaremos de su origen, qué son, qué no son y cuales son sus supuestos beneficios, entre otras cosas.
Qué son los alimentos funcionales: origen e historia
El concepto de alimento funcional probablemente nació en Asia, en la década de 1980. Aunque no existe una definición demasiado específica y consensuada, se entiende que un alimento funcional es aquel que, además de sus propiedades nutricionales generales, cumple con una función específica. ¿A qué nos referimos con función específica? Por ejemplo, a mejorar la salud, el tránsito intestinal, reducir el riesgo de coger una enfermedad...
A mediados de los ochenta, la necesidad de reducir gastos de salud hace que en países como Corea del Sur o Japón las autoridades comiencen a preocuparse por la alimentación general. Es en este último país donde surgen los FOSHU, acrónimo inglés para Alimentos de uso Especificado para la Salud, en 1991. Además de promover una alimentación más sana, las autoridades japonesas reconocen el bien potencial, especialmente entre los mayores, de incluir en su dieta ciertos alimentos. Por aquel entonces todavía no se denominaban "funcionales", pero la base ya estaba asentada.
En 1993, la Food and Drug Administration americana da luz verde a ciertos alimentos para declarar sus beneficios para la reducción del riesgo de ciertas enfermedades, basándose en la evidencia científica del momento. En Europa, sin embargo, este tipo de declaraciones nutricionales no ha sido regulada debidamente hasta hace unos años, entrado ya el siglo XXI, y aún siguen algunas batallas por el correcto uso de las mismas (intentando proteger al consumidor de afirmaciones falsas o incorrectas).
Desde entonces, el concepto de alimento funcional ha ido evolucionando rápidamente y calando en la sociedad, incluso cuando no se denomina como tal. Por el momento, y sin entrar en un tema que es complejo y profundo, no existe una legislación clara al respecto de qué se puede llamar alimento funcional y qué no, aunque se considera que estos productos están destinados a ser consumidos como parte de una dieta normal y que contienen componentes biológicamente activos que ofrecen un potencial de mejora o una reducción del riesgo de enfermedad.
A pesar de que esto parece algo muy concreto, lo cierto es que bajo esta definición casi cualquier alimento se podría catalogar como funcional, lo que hace aún más difícil encontrar una definición. Aún así, actualmente, y podemos decirlo sin equivocarnos, es el marketing y la publicidad lo que más ha ayudado a asentar y dar a conocer el concepto de alimento funcional entre la población.
Clasificación de los alimentos funcionales
Haciendo caso omiso de esta falta de definición, vamos a hacer nuestro mejor ejercicio de determinación y vamos a tratar de dar una clasificación lo más coherente posible con la realidad. Dejando de lado su regulación (que no es tal, como veremos) existen tres tipos de alimentos funcionales más o menos reconocidos entre nutricionistas y consumidores. Estos no serán los únicos, en el momento en el que se decida cerrar una definición más concreta. Por el momento, sin embargo, podemos determinar estos tres tipos de alimentos funcionales según su naturaleza:
Alimentos procesados o fortificados
Los alimentos procesados para ser "mejores" nutricionalmente son aquellos que en su elaboración sufren una modificación concreta para eliminar, añadir, sustituir o incrementar un componente que se cree que puede aportar algo (apuntando a su funcionalidad, claro). Así, los huevos con omega 3 adicional, la leche con calcio o sin lactosa, la sal yodada... son ejemplos de varios de estos tipos.
Probióticos
El caso de los probióticos y prebióticos (que veremos más adelante) es especial ya que sus beneficios se basan en la acción de la microbiota intestinal (mal llamada flora intestinal) y su probada relación con la salud humana. En concreto, los probióticos llevan adicionados (o de forma natural) organismos vivos (o en estado aletargado) que se unen o ayudan a nuestros microorganismos. Ejemplos de esto son Lactobacillus sp. y Bifidubacterium sp., añadidos a los yogures.
Prebióticos
Los prebióticos son elementos que promueven a la microbiota intestinal. En términos generales, llevan elementos no digeribles, como fibras alimentarias, destinados a propiciar el crecimiento de ciertas cepas bacterianas que conocemos por sus beneficios para la salud. Entre ellos se encuentran el almidón resistente, los polisacáridos no almidonados y oligosacáridos como los galactooligosacáridos, xilooligosacáridos.
En qué se diferencian alimentos funcionales probióticos de los prebióticos
Es bastante común, y fácil, confundir probióticos y prebióticos. Puesto que ambos están relacionados con la microbiota, y que su nombre solo se diferencia en una letra, suelen causar bastantes dudas en el consumidor. Sin embargo, la diferencia es sencilla:
- Probiótico: Llevan los microorganismos directamente añadidos. Para que se puedan considerar probióticos de verdad estos microorganismos han de poder atravesar el aparato digestivo y recuperarse vivos en los excrementos, además de poder adherirse a la mucosa intestinal. Este detalle es importante porque significa que tiene un sentido biológico y no mueren en el intestino.
- Prebiótico: Llevan fibras (u otros componentes) que promueven el crecimiento de los microorganismos, pero no los llevan directamente (porque pasaría a ser un probiótico). Actualmente, casi la totalidad de prebióticos está destinado a la mejora del crecimiento de Lactobacillus sp. y Bifidubacterium sp., que son los responsables de los beneficios conocidos probióticos.
Los lactobacilos y bifidobacterias son los únicos organismos cuyo papel encaja en el de probiótico porque son los únicos que pueden cumplir con todas las premisas: que proporcionen una ventaja y efectos positivos, que puedan añadirse vivos en un alimento funcional y que pasen y se adhieran al tracto digestivo sin morir.
Regulación de los alimentos funcionales
Sin querer entrar, como decíamos, en una legislación que es complicada, desde el punto de vista normativo, y recalcando que los alimentos funcionales no están definidos, sí que podemos pararnos sobre la regulación alimentaria. Para la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, la EFSA, existe una relación intrínseca entre los valores nutricionales, la percepción del consumidor y las declaraciones que las marcas hacen de sus productos.
Con el objetivo de velar por una publicidad correcta, la Comisión Europea, a través de organismos como la EFSA, ha determinado ciertas directrices y recomendaciones que cristalizan en normativas como la directiva 2000/13/CE. Según esta, todo producto puede tener tres tipos de declaraciones que hagan referencia a su composición nutricional:
- Declaraciones nutricionales, que afirman, sugieren o dan a entender que un alimento posee propiedades beneficiosas debido a su composición.
- Declaraciones de propiedades saludables, que afirman, sugieren o dan a entender que existe una relación entre un alimento o uno de sus componentes y la salud. Este tipo de declaración menciona la función fisiológica de un componente y debe basarse en datos científicos generalmente aceptados y ser bien comprendida por el consumidor medio.
- Declaraciones de reducción de factores de riesgo. Se trata de un tipo específico de declaración de propiedades saludables, que establece que un alimento o uno de sus componentes reduce significativamente un factor de riesgo de enfermedad. Por primera vez, la mención de enfermedad se permitirá en los alimentos pero sólo después de la aprobación por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Por tanto, un alimento "funcional" se clasificará en si es beneficioso, si tiene una propiedad que mejora la salud o si ayuda a reducir el riesgo de alguna enfermedad. También pueden combinarse dos o más de estas declaraciones. Esta directiva no siempre se lleva a rajatabla y, en ocasiones, su interpretación es complicada.
En cualquier caso, cada vez se tiene más en consideración su importancia, existiendo un número creciente de sentencias que protegen al consumidor ante afirmaciones y declaraciones nutricionales falsas, tergiversadas o desproporcionadas.
Beneficios de los alimentos funcionales
Entonces, si no existe regulación, definición o consenso, ¿estamos ante un mero producto de marketing, sin fundamento científico? No, claro. Como ocurre con multitud de alimentos, estos tienen beneficios demostrados y comprobado. El problema es interpretar estos beneficios como algo casi milagroso o excesivamente relevante e una dieta normal. Entre los beneficios de los alimentos funcionales encontraremos, tal y como veíamos en las declaraciones, ciertos beneficios de salud, que serán más o menos vagos: bienestar general, humor, digestión...
También podremos encontrar relaciones más específicas: mejora en el tránsito intestinal, ayuda a la relajación y el descanso, la mejora del rendimiento deportivo... Por último, la reducción del riesgo es una relación mucho más fuerte y determinada: la reducción del peligro de sufrir una enfermedad metabólica, reducir el potencial de incidencia de episodios cardiovasculares, la protección neurológica...
En cualquiera de estos casos, la funcionalidad del alimento es la que determina esta relación. Y, para que esto sea así, normalmente se procesan, como veíamos antes, para asegurar los efectos. Un ejemplo concreto, y sencillo, es el atribuido a los alimentos fortificados, donde podemos asociar nutrientes a beneficios.
Alimentos fortificados: cuáles son los nutrientes más añadidos
Como hemos explicado, los alimentos procesados son aquellos que en su elaboración sufren una modificación concreta para eliminar, añadir, sustituir o incrementar un componente. En concreto, se denominan fortificados a aquellos a los que se añade un nutriente, aunque en términos prácticos podemos usarlo indistintamente. Así, en la búsqueda de algunos efectos podemos relacionar:
Los microorganismos y las sustancias prebióticas
Se relacionan con la mejora de las funciones gastrointestinales. Estas funciones incluyen aquellas que están asociadas a la microbiota bacteriana en el colon, mediar en la actividad endocrina del tracto digestivo, actuar sobre la actividad inmune del tracto, el control de la biodisponibilidad de los nutrientes y el control del tiempo de tránsito.
Los antioxidantes (flavonoides, carotenos, polifenoles...)
Se relacionan con la mejora de los sistemas redox. La actividad redox y la protección antioxidante son muy importantes para las células y tejidos y su desequilibrio se asocia con la aparición de diversas enfermedades. A pesar de estas hipótesis fundadas existen todavía problemas en la comunidad científica a la hora de demostrar los efectos beneficiosos de los antioxidantes en los alimentos funcionales.
Macronutrientes y micronutrientes (especialmente grasas y micronutrientes)
En poblaciones donde existe un déficit de ciertos macronutrientes o micronutrientes se emplean alimentos funcionales con el fin de mitigarlos: huevos con ácidos grasos esenciales, cereales fortificados con ácido fólico... Estos son alimentos funcionales para complementar una nutrición disfuncional.
Además de todo lo anterior, existen indicaciones de que se pueden usar este tipo de productos para cosas tan generales como mejorar el humor o la capacidad psicológica, o usar componentes añadidos para cambiar por completo el organismo. La evidencia científica, sin embargo, sigue evolucionando. Puede que muchas de estas afirmaciones se comprueben en el futuro, y habrá otras tantas que se desmentirán. Mientras tanto, y a falta de una definición mejor, podemos ver los alimentos funcionales como una interesante herramienta nutricional, con gran potencial, pero que está lejos de ser una solución "mágica" o "superalimentos" panacea como a veces se "venden".