Los conocidos como alimentos transgénicos están en el mercado desde hace casi medio siglo, con ellos se alimenta de forma intensiva a nuestro ganado e incluso los podemos encontrar en nuestros mercados y supermercados. No obstante, y a pesar de tratarse de una realidad consolidada, son muchas personas las que trasladan una cierta sombra de incertidumbre sobre los alimentos transgénicos e incluso los acusan de ser causantes de infinidad de calamidades relacionadas con la salud. En este artículo te mostraremos qué son realmente los alimentos transgénicos y por qué no has de tenerles el menor miedo, ya que, al contrario de lo que muchos pretenden, son una parte importante de la solución.
Qué son los alimentos transgénicos
Los transgénicos, conocidos en propiedad como Organismos Modificados Genéticamente (y de ahí las siglas con las que se conocen, OMG y en inglés GMO), son organismos, es decir, seres vivos —ya sean bacterias, levaduras, plantas o animales— cuyo material genético se ha alterado de forma deliberada. Además, dicha alteración, no es probable que se produzca de manera natural a través de la cría o la selección. Si la producción de estos OMG se destina a la alimentación de otros seres vivos, entonces estamos ante un alimento modificado genéticamente o alimento transgénico. En realidad, y en un sentido más amplio y práctico, los alimentos modificados genéticamente son aquellos que contienen o están compuestos por OMG o han sido producidos a partir de ellos.
El procedimiento más habitual y general para la obtención de alimentos transgénicos consiste en incluir cierto material genético de una especie en el genoma de otra. Un ejemplo clásico es el del maíz Bt, en el que se introduce el gen de una bacteria, Bacillus turigensis —y de ahí el nombre de este maíz— en el material genético de la planta.
Es importante destacar que para que un alimento sea considerado dentro de esta categoría, y por tanto pueda (y deba) circunscribirse a la reglamentación de los alimentos y piensos modificados genéticamente, las técnicas de laboratorio han de permitir la inclusión de una característica concreta y precisa en una especie determinada. Todo ello a diferencia de las técnicas de mejora genética clásica, que se basan en la generación de un cierto volumen de especímenes con una cierta variabilidad genética para, a continuación, seleccionar de entre todos ellos aquel que contiene la característica deseada. Hay decenas de ejemplos de este último caso, pero entre los más llamativos figuran las mandaranjas o narandinas (distintos híbridos entre mandarinas y naranjas), el tangelo (pomelo y mandarina con cerca de 100 años de antigüedad), el limequat (limón y kimquat), la morambuesa (mora y frambuesa), el grapple (uva Concorde y manzana Fuji) o el pineberry (que a pesar de su nombre nada tiene que ver con la piña y resulta de la curiosa hibridación entre dos variedades de fresa).
Es decir, desde el primer momento en el que el ser humano comenzó a cultivar plantas y criar animales para la obtención de alimentos, o lo que es lo mismo, desde los albores de la agricultura y la ganadería, se han seleccionado plantas y animales que reunían una especial y particular genética, la cual redundaba en características (aspecto, tamaño, sabor, etc.) que le resultaran provechosas. En aquel entonces —pero también hoy en día— esas características novedosas eran el reflejo de variaciones genéticas naturales, pero también podían estar más o menos dirigidas (es lo que se conoce como genética clásica). Con ellas se pretendía obtener, por ejemplo, un aumento de las cosechas, una mayor resistencia a enfermedades o plagas y unas mejores cualidades sensoriales.
Historia de los alimentos modificados genéticamente
Tal y como se ha expuesto, el ser humano siempre ha buscado obtener una mejora en la producción de los alimentos. Además de modificar el entorno (quitar maleza, combatir las plagas, trasplantar, regar, dar cobijo y alimentar al ganado, etcétera) esas mejoras también consisten en seleccionar especímenes con un mayor rendimiento o con cualidades ventajosas y, al mismo tiempo, descartar aquellos que no eran de su agrado. Si bien estas prácticas no suponen la modificación del material genético de las especies implicadas, sí que implica la alteración de la biblioteca genética de nuestra biosfera (se seleccionan determinados individuos con cierto genoma y se descartan —y pierden— otros). Esta sería la primera modificación de nuestro entorno genético. Pero hay más.
Además de la selección, los agricultores y ganaderos han realizado desde tiempo inmemorial, cruces e hibridaciones entre sujetos genéticamente compatibles para obtener si no nuevas especies, sí desde luego, individuos con mejores características desde el punto de vista productivo. En muchos casos, esos cruces e hibridaciones se hacían entre individuos de una misma especie (con variedades diferentes), pero en ocasiones, en especial en el mundo vegetal, también con especies distintas. En resumen, la hibridación dirigida es una forma de manipulación genética, digámosle, macroscópica, a lo bruto. Y unas veces puede salir bien (pocas, y se seleccionan) y otras no tanto (muchas, y se descartan).
Por su parte, la transgenetización sería "lo mismo" pero de una forma, digámoslo, quirúrgica. Lo que implicaría una mayor certeza de éxito. Lo más habitual consiste en buscar un ser vivo con un gen que posibilite una característica que nos gustaría que tuviera el alimento que queremos producir, y entonces se hace el "trasplante" del consabido gen. Pero hay otras estrategias. Es posible que nuestro alimento posea un gen que aporta una característica negativa de la que queremos prescindir y, en este caso, el gen se "extirparía". En cualquiera de los dos casos descritos tendríamos nuevos organismos mejorados, con características nuevas y provechosas.
Todos estos avances han sido fruto del avance en la biología, del conocimiento del material genético y, muy en especial, de la mejora en las técnicas de ingeniería genética. Porque una cosa es saber qué se quiere hacer o se podría hacer, y otra muy distinta, tener los recursos materiales y tecnológicos para hacerlo.
El primer alimento modificado genéticamente y usado comercialmente vio la luz en Estados Unidos en 1994. Se trataba del tomate Flavr Savr, que tenía la capacidad de aguantar más tiempo maduro sin pudrirse. En este caso la estrategia consistió en inhibir un gen que codificaba para una proteína responsable del reblandecimiento del tomate maduro y que aguantaba por tanto más tiempo. Comercializados por vez primera en la UE en 1996 en el Reino Unido, dejó de estar a la venta por una mera cuestión logística: pese a no pudrirse eran más blandos que los tomates convencionales y se dañaban fácilmente durante el transporte. A pesar de esta realidad, el caso del tomate Flavr Savr fue el primer ejemplo de campaña anti-transgénicos en la UE, estando su retirada plagada de bulos al respecto de los supuestos peligros que ofrecía su consumo.
Otro hito en los alimentos transgénicos lo constituye el Maíz Bt, ya mencionado. A este maíz se le incorporó el gen de una bacteria, Bacillus turigensis, que codificaba una sustancia que era tóxica para "el taladro", un gusano, una plaga, que se alimentaba principalmente de las hojas del maíz. Si no había hojas, no había fotosíntesis y sin ella la planta crecía menos o, directamente, moría. Así, la primera generación de gusanos podía alimentarse —más o menos— de este maíz transgénico, pero moría víctima de la toxina antes de reproducirse, y así la plantación de maíz podía prosperar.
Cuáles son los beneficios de los alimentos transgénicos
Con los alimentos transgénicos obtenemos alimentos más resistentes al clima y a plagas, cosechas más productivas y beneficiosas y alimentos con mejores características nutricionales. Repasamos todas las ventajas que atesoran.
Cultivos más resistentes y cosechas más productivas
Son decenas los cultivos que se ha beneficiado hasta el extremo de la ingeniería genética, ya sea para la elaboración de piensos con la finalidad de alimentar al ganado o para destinarlo al consumo humano. Entre ellos destacan, la soja, la alfalfa, la patata, la remolacha azucarera, etcétera. De esta forma, la transgenetización ha supuesto un paso de gigante a la hora de obtener especies más resistentes a la sequía, las plagas, los virus, los herbicidas o las bacterias y, de este modo, obtener cosechas mucho más productivas.
Alimentos vegetales y animales más nutritivos
Por si esto fuera poca cosa, algunos avances en la creación de alimentos transgénicos han servido para hacer alimentos más nutritivos, como es el caso del arroz dorado, especialmente rico en vitamina A (algo insospechado en otros arroces) y con él servir de alimento funcional (o "farmalimento") en aquellos lugares en donde existe un déficit endémico de esta vitamina. De esta forma, el uso de esta variedad obtenida mediante ingeniería genética, podría salvar de la ceguera a miles de niños en el sudeste asiático.
Los alimentos modificados genéticamente no solo implican a aquellos de origen vegetal, también los hay animales. Desde vacas transgénicas que producen una leche de mayor contenido proteico, u otras que producen leche con menos proteínas de carácter alergénico, a cerdos con una mejor composición corporal cuya grasa es especialmente rica en ácido linolénico (un ácido graso de la familia omega-tres) o reses que incorporan mejoras en relación a las características organolépticas de la carne o que mejoran las condiciones fisicoquímicas que influyen en los procesos de conservación y degradación.
Contraindicaciones, ¿son los alimentos transgénicos peligrosos para la salud?
Pese a lo que pueda parecer y a los diferentes bulos que hay en torno a su consumo, los alimentos transgénicos no presentan contraindicaciones ni efectos adversos más allá de la posibilidad de causar reacciones alérgicas en determinadas personas, no diferentes de las que pueden aparecer por el consumo de otros muchos alimentos convencionales.
Reacciones alérgicas, un riesgo convencional
¿Es posible que un alimento transgénico ocasione una alergia en alguien que antes no era alérgico al mismo alimento en su versión convencional? La respuesta es afirmativa, la posibilidad existe. De la misma forma que es posible que unos cacahuetes convencionales, la leche convencional, el apio convencional, la mostaza convencional, el trigo convencional, el pescado o el marisco convencional, la soja convencional, los altramuces convencionales, los huevos convencionales, los frutos de cáscara convencionales o el sésamo convencional hagan debutar con un cuadro alérgico a cualquier persona que sea sensible a cualquiera de los alimentos mencionados. (Por si tienes alguna duda, la anterior es una lista de los alérgenos de declaración obligatoria en el etiquetado de alimentos).
Es decir, sí, la posibilidad existe. Tanto es así que la OMS desalienta la transferencia de genes de alimentos comúnmente alergénicos a menos que pueda demostrarse que el producto proteico del gen transferido no es alergénico.
No obstante, no deja de ser curioso que, si bien los alimentos desarrollados en forma tradicional no se evalúan generalmente en cuanto a su alergenicidad, los protocolos para pruebas de alimentos transgénicos si han de ser evaluados bajo este prisma. En cualquier caso y hasta la fecha, no se han hallado efectos alérgicos en relación con los alimentos transgénicos que se encuentran actualmente en el mercado.
Por qué suscitan tanta polémica los alimentos transgénicos
En este terreno hay dos posibles respuestas, que además no son incompatibles.
- Los alimentos transgénicos suscitan polémica debido al recelo que genera unos procesos tecnológicos y científicos relativamente novedosos y que habitualmente se ven distorsionados gracias a cuentos, películas y leyendas de ciencia ficción. El temor a lo desconocido es un sentimiento irracional a la par que atávico que, como digo, está ampliamente salpimentado y albardado de una cultura pulp muy extendida.
- A su vez, y más allá de las cuestiones estrictamente fisiológicas y relacionadas con la salud, la producción e implantación de transgénicos tiene importantes implicaciones económicas y geopolíticas que, como las anteriores, se prestan fácilmente a la especulación.
No, no vamos a mutar por comer alimentos transgénicos
Este es uno de los mitos más extendidos entre la población. Posiblemente la culpa de esto la tengan, a partes iguales, las novelas de ciencia ficción (con mucha más ficción que ciencia) y un desconocimiento meridiano de los procesos nutricionales.
Veamos, cuando alguien come pollo convencional, come células de pollo, centenares de miles de millones. Todas esas células tienen un núcleo y dentro de él, el material genético del pollo. Si se comen alitas de pollo en salsa barbacoa, se come el material genético de las células de las alas de pollo... y no creo que a nadie le preocupe que pueda llegar a mutarse y le salgan unos apéndices alares cual tierno pollito. Y lo mismo cuando comemos trucha, berenjena, nueces, maíz, soja, patata, ortiguillas... o lo que sea. Al comer comida, ingerimos el material genético de aquello que un día estuvo vivo, sea animal y vegetal... y nadie, digo yo, teme convertirse en X-Men. De hecho, seguro que alguien corriendo, yendo en bici o en moto se ha tragado, vivo, un insecto ¿nos convertiremos en el nuevo hombre avispa por el hecho de comer genes de avispa viva?
La respuesta es no, no y no. Si bien ingerimos células muertas (o vivas, por ejemplo, al comer una ostra) en el proceso de digestión ese material genético del alimento (y el proteico y el lipídico) es desarticulado, SIEMPRE, para poder ser absorbido. De otro modo es imposible que pueda ser absorbido. Repito, imposible. Nadie va a mutar por el hecho de comer un alimento transgénico de la misma forma que nadie muta por comerse un rábano.
No, los alimentos transgénicos no aumentan el riesgo de cáncer
Primero porque no existe una argumentación mecanicista que, incluso en el plano teórico, haga plausible el incremento del riesgo de cáncer al comer esta clase de alimentos. Y segundo, porque después de casi medio siglo de existencia de los alimentos transgénicos, ninguna agencia de salud especializada en la investigación del cáncer ha puesto el acento, ni remotamente, en esta posibilidad.
Situación en el mundo de los transgénicos (mercado y consumidores)
La respuesta a la presencia de los alimentos transgénicos en los mercados es bastante dispar en función de los países y continentes que se consideren. Si bien en EEUU están relativamente bien aceptados, en el marco de la UE los consumidores rechazan, con un argumentario más visceral que racional, su uso. Tanto es así que, al menos en nuestro entorno, se hace difícil encontrar alimentos o productos que incluyan OMG. La razón de que así suceda se debe a que, muy probablemente, los productores no se arriesguen a comercializar un producto que saben que no va a tener una buena aceptación o incluso que se va a mirar con recelo hasta el punto de rechazarlo.
No obstante, a título informativo y sin la menor intención de generar una pavorosa estampida, a pesar de que los consumidores de la UE rechazan los transgénicos, al parecer no se preguntan qué comen los animales que les proveen de carne (terrestre o marina). Y es que, parecen desconocer, o hacer oídos sordos, a que cerca del 80% del alimento de nuestras reses de abasto y peces de acuicultura procede de OMG. Oh My God!
Normativa sobre uso de alimentos modificados genéticamente
En la UE, la producción y posterior comercialización de alimentos transgénicos está regulada por el Reglamento Europeo 1829/2003 sobre alimentos y piensos modificados genéticamente. En esta normativa se informa de que al igual que sucede con todos los alimentos de nueva comercialización, los alimentos modificados genéticamente están sujetos a una evaluación de seguridad alimentaria antes de ser comercializados con el fin garantizar su seguridad. De hecho, los estándares que se obligan a cumplir a estos alimentos son especialmente estrictos cuando se comparan con aquellos que se obligan a los otros alimentos "convencionales".
¿Cómo saber si un alimento o producto contiene OMG?
La legislación europea obliga a que se etiqueten todos aquellos alimentos que contengan o estén compuestos de OMG, para facilitar la libre elección del consumidor.
En los productos ofrecidos al consumidor final, y siempre que la presencia de OMG sea igual o superior al 0,9%, debe constar la indicación "Este producto contiene organismos modificados genéticamente" o "Este producto contiene [nombre del o de los organismos] modificado [s] genéticamente".