En España siempre hemos sido muy de clara, aquello de mezclar la cerveza con gaseosa o algún refresco de limón, según gustos y zonas geográficas -no vamos a entrar en el debate de cuál es la auténtica clara porque puede ser una discusión eterna comparable a la de la tortilla con o sin cebolla-. Aunque los más puritanos suelen mirar con cierto desdén a todo aquel que ose mezclar una birra con un refresco, lo cierto es que se trata de una alternativa mucho más refrescante que la cerveza al uso, ideal para los meses más calurosos del verano, para después de la práctica deportiva y, por qué no decirlo, para los días de resaca en los que tenemos algún compromiso social.
En pleno auge de los anglicismos, que siempre hacen que todo suene más guay e interesante, lo que siempre habíamos llamado clara comenzó a conocerse como shandy, gracias a, o por culpa de, una conocida marca industrial que comenzó a comercializar en nuestro país una variedad de la clásica clarita pero ya mezclada de fábrica y directamente consumible en botellín, lata o de tirador. Y a lo largo de los últimos cinco años -diez como mucho-, otro barbarismo pero esta vez de origen alemán ha comenzado a asentarse entre los consumidores de cerveza. Hablamos, por supuesto, de la radler que, a pesar de su nombre, no es más que otra vuelta de tuerca al tradicional concepto de la clara de cerveza.
Aunque hay varias teorías, la más sólida apunta a que el nacimiento de la radler como estilo cervecero se remonta a hace aproximadamente cien años, cuando a principios de la década de 1920 el alemán Franz Xaver Kugler se tropezó casi por casualidad con esta bebida. Franz, antiguo ferroviario, se había establecido en un pequeño pueblo al sur Múnich donde regentaba una taberna en medio de una popular ruta ciclista. La leyenda cuenta que la afluencia de ciclistas era tan grande que sus reservas de cerveza estaban en serio peligro de agotarse, así que tuvo la feliz idea de mezclar esa cerveza con limonada para aumentar su volumen y poder abastecer a toda su clientela. Algo así como el milagro de los panes y los peces, pero sin milagro, sólo física, cerveza y limones.
La combinación alcanzó una notable popularidad y Franz fue considerado el inventor del estilo. Un estilo al que bautizó como radlermass, una palabra compuesta por el término radler -ciclista en alemán- y por el concepto de mass, la típica jarrota de litro con el que los bávaros suelen brindar en su Oktoberfest y cuya imagen tenemos grabada a fuego. Con el tiempo, se acabó simplificando el nombre y se quedó en la radler que todos conocemos hoy en día.
Las bicicletas son para el verano... y la radler de Arriaca, también
Cervezas ArriacaLo cierto es que no es habitual encontrar variedades de radler en el mundo de la cerveza artesanal pues no suele ser la apuesta típica de este tipo de fabricante. Si uno decide mezclar cerveza con limón, no elegiría una birra de la máxima calidad, como tampoco escogería el mejor vino de su bodega para hacer un tinto de verano o una sangría. Pero siempre hay una primera vez, y en España es complicado ganar a Cervezas Arriaca en eso de ser pioneros. Los de Yunquera de Henares, que ya fueron los primeros en apostar por la lata en el mundillo del craft español, ahora también son precursores en el lanzamiento de una radler de cerveza artesanal.
Presentada hace escasas semanas, y de manera algo atípica por la situación tan especial que estamos viviendo en 2020, la Arriaca Radler se encuadra dentro de la categoría de fruit beer o cerveza con fruta, con una graduación alcohólica bastante reducida -en torno al 2,7%- y elaborada con limonada de zumo de limón natural. Obviamente su característica diferencial respecto a las demás radler del mercado es precisamente el hecho de estar elaborada con cerveza artesana, lo que garantiza la calidad de sus ingredientes y el mimo y cuidado durante todo el proceso de fabricación.
Así, la Arriaca Radler destaca sobre todo por sus aromas cítricos naturales, nada artificiales comparados con otras variedades industriales. Un componente cítrico -con notas a mandarina, pomelo y, sobre todo, limón- que también se percibe en su sabor, complementándose a la perfección con sus matices maltosos y lupulados, y que sin duda aporta mucho hacia su carácter refrescante. En definitiva, es una cerveza rubia, algo turbia y de espuma blanca y fina, que grita frescor a los cuatro vientos, y que encuentra el equilibrio perfecto entre la acidez del cítrico y el amargor y aroma del lúpulo.
Esta novena referencia fija del catálogo de Arriaca se comercializa lógicamente en lata -la seña de identidad de la marca arriacense- además de en botella y barril. A pesar de mantener la imagen sobria y elegante de todas sus variedades anteriores, por primera vez la cervecera de Guadalajara introduce nuevos grafismos sobre su característico etiquetado negro, como rodajas de limón, zumo exprimido y, por supuesto, una bicicleta, consiguiendo una estética más atrevida.
Con este movimiento, Arriaca no sólo lanza al mercado una cerveza ideal para el verano, para esos aperitivos de terraza o por esas comidas estivales más ligeras, sino que también ofrece al consumidor poco propenso a la cerveza artesanal un producto que ya conoce. Porque reconozcámoslo, la mayoría de bebedores de cerveza industrial no se atreven con una artesana por no arriesgarse con nomenclaturas de las que no saben qué esperar: IPA, Imperial Stout, Lambic, Doppelbock, Barley Wine, Witbier... Con una radler que todo el mundo reconoce, hay poco margen para la sorpresa, acercando la cerveza craft a la zona de confort del consumidor más escéptico.