En nuestro día a día utilizamos diferentes objetos que, por comunes y ser cuasi unas prolongaciones de nosotros mismos, apenas advertimos. Y no hablamos de ser conscientes o no de emplearlos, sino de tener un verdadero interés en saber de ellos, conocer su historia, darles el valor que merecen y reconocer lo que han supuesto en nuestra existencia propia y en la de la misma humanidad. Podríamos pensar en la rueda, presente en vehículos de todo tipo, en un simple peine o, si rumiamos gastronómicamente, en instrumentos como la cuchara.
La palabra «cuchara» proviene de una antigua medida de granos, «cuchar», y esta a su vez del latín «cochleāre». Un vocablo que se empleaba para designar al caracol o incluso a la concha de un molusco, y en la etimología, encontramos en parte el origen de la herramienta. Porque a lo largo de la historia el utensilio que ahora definimos como un objeto con una parte cóncava, con un mango para sostenerlo, que sirve para llevar a nuestra boca alimentos pequeños, blandos o líquidos y que normalmente está hecho de algún metal, ha sido cuasi de todo. Desde un sencillo trozo de pan al caparazón de algún crustáceo, el fragmento de un cuerno o huesos toscamente trabajados.
De las conchas a la invención de la cuchara propiamente dicha
Fotografía cortesía de Didier Descouens con licencia CC BY-SA 4.0Es la diferencia notable que encontramos enfrentando la cuchara a sus hermanos, el tenedor o el cuchillo. Aunque el primero y el segundo pudiesen encontrarse casualmente de forma más o menos natural —y nótese la cursiva—, por ejemplo en una piedra con cierta parte cortante o en un palo con el que trinchar, las cucharas existían naturalmente —y vuelva a notarse la cursiva— de forma más notable. En elementos más comunes e intuitivos para nuestros primitivos antepasados como las conchas que mencionábamos u otros elementos de la naturaleza con formas convenientes para el propósito que se les quería dar.
Es por esta razón que el significado de la cuchara como tal puede remontarse prácticamente al principio de los tiempos del ser humano y su invención, entendiéndose como su fabricación rudimentaria o no como algo parecido al instrumento actual, con su mango, no puede datarse con exactitud.
Las evidencias arqueológicas, sin embargo, apuntan al uso de elementos parecidos ya durante el neolítico, cuatro millares de años antes de nuestra era. Y se sabe también que los antiguos egipcios empleaban en ritos religiosos cucharas con mango, ornamentadas, hechas con marfil, pedernal o madera o pizarra hace tres mil años. La segunda dinastía en la historia de China, la conocida como dinastía Shang que perduró desde el 1766 al 1046 antes de nuestra era, también emplearon cucharas muy parecidas a las conocemos hoy en día, fabricadas en hueso.
Fueron los antiguos griegos y romanos los que, según se cree, perfeccionaron de una manera más formidable la herramienta, fabricándola principalmente con materiales resistentes y duraderos —y también más nobles— como la plata o el bronce. Siendo los segundos, además, los que concibieron un antepasado de lo que hoy en día denominamos spork o cuchador, un híbrido entre la cuchara y el tenedor. Aunque hasta el siglo XIX, y especialmente durante la Edad Media, el material que triunfó por su bajo coste y lo fácil que resultaba manejarlo en la producción fue la madera.
Entre tanto, mientras nos acercábamos a la actualidad, volvieron con fuerza la plata y el bronce de la antigüedad clásica, entraron en acción el latón y el estaño, y con el tiempo y el progreso, hasta llegar a nuestros días, otros materiales metálicos, más metales preciosos como el oro, distintas aleaciones, así como tipologías diversas de plástico.
La cuchara de mil y una formas
Sin embargo, pese a que el uso que se le ha dado a lo largo del tiempo ha sido prácticamente el mismo, desde aquellas conchas de moluscos a nuestras actuales y más comunes cucharas, las formas han variado sensiblemente a lo largo de la historia.
Ha tenido de forma general en diferentes periodos mangos simples, sin ninguna ornamentación, con forma redondeada y exageradamente alargada. Se le ha aplicado ornamentación con dibujos o jeroglíficos, como en el antiguo Egipto. Se han esqueletado sus mangos y tallado como pequeñas esculturas, como algunas versiones de las Cucharas de apóstol demuestran, un regalo frecuente en los bautizos de la época de los Tudor que representaba en doce cucharas a los doce apóstoles de Jesucristo. Se han rematado con forma de bellota, diamante o pequeño pomo. Y, por supuesto, se han identificado con sus usuarios siendo grabados en ellas diferentes motivos, convirtiéndose esta práctica en habitual hacia el siglo XVI y llegando hasta nuestros días.
Es poco antes, hacia mediados del siglo XV, cuando el mango se vuelve ancho y plano, la cavidad se torna especialmente ovalada y ancha y, en general, la cuchara toma las formas con las que actualmente la identificamos. Desde la Restauración han surgido multitud de tipos de cuchara, pero su formato ha permanecido en esencia prácticamente invariable.